Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

Estallidos de felicidad

Un perro jugando sobre la hierba escarchada.
Un perro jugando sobre la hierba escarchada.
EFE/ARCHIVO
Un perro jugando sobre la hierba escarchada.

Alegría pura, estallido de felicidad. Carreras, saltos, quiebros. Energía que desborda y contagia sonrisas. Gatos que rebotan, perros convertidos en pequeños misiles sobre el verde. Ataques de contentura los llamo yo. Creo recordar que no es mío, que lo adopté de una buena y vieja amiga. Episodios aleatorios de actividad frenética o 'zoomies' los llaman los expertos. Todos aquellos que hemos compartido nuestra vida con un perro o un gato hemos vivido esos momentos de feliz locura que no hay que detener, sino disfrutar. 

¡Cuánto que aprender de ellos! A vivir el momento, a dejar abiertas las puertas de la felicidad, a apreciar el presente y disfrutarlo. Son maestros de vida, que nos pueden enseñar también a envejecer con dignidad, a sobreponernos, a no tirar la toalla y dejarnos llevar.

Es la felicidad de la inocencia, sin duda. Difícil de mantener pura para cualquier ser humano cuando los años y las vivencias se apilan; cuando los desencantos se suman a las decepciones; cuando es obligado aprender a modularte para sobrevivir. 

Crecer, envejecer y desarrollar la capacidad de no sufrir demasiado, de que los golpes no te afecten, es necesario pero tiene el reverso tenebroso de podar la capacidad para experimentar esa alegría sin mácula. Supone otro esfuerzo extraordinario comprenderlo, abrirte de nuevo a las emociones sin filtrar, respirar y exponerte. Asumir los riesgos y vivir del todo. Vivir de verdad.   

Mirarles ayuda, creedme. Ser humilde, despojarse de prejuicios, dejarse impregnar por ese vivir al día y tan feliz como podamos, que nunca sabemos cuándo se detendrá la música, pero tal vez tampoco debería preocuparnos. 

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