A las puertas del quinto aniversario del 1 de octubre, los dos partidos que han gobernado la Generalitat bajo fórmulas diversas desde 2015 y que han protagonizado una década de fatigoso procés viven el momento final de su divorcio definitivo.
En realidad, todo lo sucedido en Cataluña desde 2012 no se explica sin la lucha permanente entre republicanos y convergentes/postconvergentes por situarse en la cima del poder de la Generalitat. Hasta 2017, ERC lideró el independentismo radical, creyendo que Artur Mas, primero, y después Carles Puigdemont acabarían arrugándose. El psicodrama que vivieron en octubre de 2017, cuando ERC amenazó con abandonar el Govern si Puigdemont convocaba elecciones para evitar la aplicación del artículo 155, y que acabó en una Declaración de Independencia de mentirijillas, tiene como marco esa lucha cainita. A partir de 2018, los actores se intercambiaron los papeles, y los republicanos pasaron a ejercer de pragmáticos, también en el Congreso apoyando a Pedro Sánchez, mientras los postconvergentes, aglutinados en Junts, siguieron reivindicando el mandato del 1-O y defendiendo la unilateralidad.
Pese a odiarse profundamente, el discurso victimista frente al Estado ha sido un poderoso aglutinante
La victoria de ERC por un solo diputado sobre Junts en las autonómicas de 2019, cambió las tornas del poder en la Generalitat, pero no ha dado más estabilidad al Govern de coalición, sino que ha cronificado los desplantes y las crisis. Pese a odiarse profundamente, el discurso victimista frente al Estado ha sido un poderoso aglutinante. Tras los indultos y la apuesta en marcha de la mesa de diálogo con el Gobierno español, solo el miedo a perder el poder compartido ha actuado como freno de las continuas amenazas de ruptura. El debate de política general en el Parlament esta semana ha sido el detonante. Junts amenazó a Aragonès con exigirle que se someta a una moción de confianza si no cumple los acuerdos de investidura en cuanto a trabajar a favor de la independencia en el marco de una estrategia conjunta, tanto en Madrid como en Barcelona. El president lo consideró una profunda deslealtad y ha cesado a su vicepresidente primero Jordi Puigneró, sobre todo por no haberle informado de lo que iba a planteársele en el Parlament.
Junts lo tiene muy difícil ahora para no abandonar el Govern, del que se considera casi expulsado, en palabras de su secretario general, Jordi Turull. Al final, el cántaro del que ambas formaciones bebían, de tanto ir a la fuente de las disputas, se ha roto hecho añicos. Indudablemente, ambos pierden, porque el electorado independentismo es muy emocional y ese tipo de rupturas siempre pasan factura, pero la ventaja para ERC es que al tener la presidencia de la Generalitat se ha quedado con el asa y lo que queda del cántaro.
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