Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

¡Qué maneras de preguntar!

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la primera jornada del debate sobre el estado de la nación, en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la primera jornada del debate sobre el estado de la nación, en el Congreso de los Diputados.
EP
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la primera jornada del debate sobre el estado de la nación, en el Congreso de los Diputados.

Aquejado de Covid, el presidente Pedro Sánchez tenía justificada ayer miércoles su ausencia del Pleno del Congreso y, por eso, algunas de las preguntas que figuraban en el orden del día quedaron aplazadas a la semana próxima. Mientras, a la espera del estudio prometido en primer lugar de las 60 preguntas, a razón de 3 por cada una de las 20 semanas del anterior periodo de sesiones comprendido de febrero a junio, conviene hacer algunas consideraciones sobre las maneras de preguntar. 

Porque, atendiendo a Heisenberg, estamos advertidos de que no conocemos la realidad sino, tan solo, la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla. De ahí, el esmero que han de poner los periodistas o los diputados al plantear sus interrogantes. En la historia de la Física, hemos aprendido cómo ha sido el perfeccionamiento de los instrumentos de observación el que ha permitido que conociéramos nuevos fenómenos que desbordaban las teorías establecidas y requerían el enunciado de otras nuevas capaces de dar cuenta de los fenómenos observados. En el plano de la democracia parlamentaria, sucede también que solo la capacidad incisiva de las preguntas planteadas por diputados y periodistas puede permitirnos detectar nuevas realidades políticas que reclamen ser tenidas en cuenta.

Es el Capítulo segundo del Título IX del Reglamento del Congreso el que trata de las preguntas. A ese propósito, en el artículo 88.1 se establece que cuando se pretenda la respuesta oral ante el Pleno, el escrito de solicitud "no podrá contener más que la escueta y estricta formulación de una sola cuestión, interrogando sobre un hecho, una situación o una información, sobre si el Gobierno ha tomado o va a tomar alguna providencia en relación con un asunto, o si el Gobierno va a remitir al Congreso algún documento o a informarle acerca de algún extremo". Estas prescripciones estrictas quedan volatilizadas en cuanto el presidente de la Cámara da la palabra al preguntante quien, dejando de lado el enunciado que transcribe el orden del día, se interna por los cerros de Úbeda e invoca que el Pisuerga pasa por Valladolid para interesarse por asuntos ajenos, sin conexión alguna, con ánimo de desconcertar y desequilibrar al interrogado.

Llama la atención la pereza mental reflejada en la redacción abierta de la mayoría de las preguntas

El análisis más arriba mencionado debería hacerse por ello en dos planos, el referido al contenido literal de las preguntas tal como aparecen en el orden del día y la versión hablada que anotan los taquígrafos y acaba siendo publicada en el diario de sesiones. Sin dejarse alterar por las aceleraciones en que vivimos, el citado artículo 88 del Reglamento indica que "los escritos (las solicitudes) se presentarán con la antelación que fije la mesa (de la Cámara) y que nunca será superior a una semana ni inferior a cuarenta y ocho horas". En el artículo 88.2 el Reglamento se apiada de los novatos y "da prioridad a las solicitudes presentadas por diputados que todavía no hubieren formulado preguntas en el Pleno en el mismo periodo de sesiones". Una piedad inútil porque los diputados mudos siguen alcanzando una proporción desmesurada, sin que sufran por ello ni penalidad ni desafección alguna de los electores.

En todo caso, llama la atención la pereza mental reflejada en la redacción abierta de la mayoría de las preguntas en las que se pide de modo invariable al gobierno que valore su propia actuación, lo que permite al interrogado responder atribuyéndose matrícula de honor por sus actuaciones. Señalemos también la distorsión que los aplausos introducen en las sesiones de control al Ejecutivo, donde la competencia que se establece entre los grupos para que su líder sea el aplaudido con mayor intensidad medida en decibelios llega al ridículo. Vale.

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