Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

La modernidad del Opus

El Papa Francisco participa en una reunión con los indígenas y los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón en Edmonton, Canadá.
El Papa Francisco participa en una reunión con los indígenas y los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón en Edmonton, Canadá.
CIRO FUSCO / EFE
El Papa Francisco participa en una reunión con los indígenas y los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón en Edmonton, Canadá.
¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

Después del motu proprio del Papa Francisco Ad charisma tuendum del 14 de julio, dirigido al Opus Dei y a la espera de que se deje caer por aquí uno de esos hispanistas, de preferencia británico, que pase a explicarnos la función cumplida en la vida española por el Opus Dei, podría tener interés alguna aproximación que averiguara cuál era el atractivo de modernidad que pudo mover a quienes durante décadas sintieron la llamada para sumarse a sus filas. Pienso que, del Opus Dei, lo primero que llamaba la atención era el gusto por el estudio, por la excelencia, por la limpieza, por el cuidado en todos los detalles de la liturgia, la pulcritud, la educación, la amistad, el buen humor, el sentimiento de sentirse no sólo entre los llamados, sino entre los elegidos. Recordemos a la inversa cuánta gente sigue sin entender no haber sido invitada a sumarse a la organización.

Entiendo que el Opus Dei en España significaba, sobre todo, la ruptura con el catolicismo tridentino de la contrarreforma, al que el dinero y los bienes de fortuna sólo dejaban de infundir sospechas en caso de que procedieran de una herencia providencial. De Trento nos viene nuestra propensión a las manos muertas, como si el trabajo envileciera y fuera incompatible con la hidalguía. De modo que afanarse por multiplicar la riqueza equivaldría a acumular brasas para el infierno al que iríamos de cabeza en la otra vida, en línea con la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro y o con la dificultad del camello para pasar por el ojo de la aguja.

En las antípodas, la Reforma protestante y su deriva calvinista considera que los bienes acumulados en esta vida constituyen un signo cierto de predestinación para la otra. O sea, que cuanto mejor y más próspera sea nuestra vida aquí, más cerca de la diestra de Dios Padre estaremos en la otra. La referencia básica de los calvinistas es la parábola de los talentos, la del efecto Mateo: al que tiene se le dará y al que no tiene incluso lo que no tiene le será quitado. Dos por el precio de uno. Y ese es precisamente el punto de ignición del capitalismo, el que ha impulsado la prosperidad de los países protestantes.

La aportación de modernidad que hace el Opus Dei se traduce en su insistencia en que Dios creo al hombre ut operaretur, para que trabajara. El mensaje innovador de la Obra era la santificación del trabajo ordinario en medio del mundo, sin necesidad de retirarse a la vida contemplativa en los monasterios ni de recluirse en los conventos. Por ahí vendrían después excesos como el de Matesa de Juan Vilá Reyes con su telar sin lanzadera y sin telar, que saltó en otoño de 1969; o, catorce años después, el de Rumasa de José María Ruiz Mateos, cuyo fraude fue detenido por la expropiación que dictó el gobierno socialista de Felipe González y Miguel Boyer el 23 de febrero de 1983.

Venían a poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, aunque eso les obligara a ellos mismos a encumbrarse; iban a envolver el mundo en papel impreso, mediante el apostolado de la opinión pública; se consideraban la aristocracia de la inteligencia, de la que recelaron a partir de los conflictos con Raimundo Paniker expulsado en 1966, al advertir cierta propensión a la indocilidad y el ensoberbecimiento; por ahí pasaron a preferir el cultivo del músculo elegante más entrenado a obedecer. Cuestión distinta es que, hacia fuera, la proximidad subsiguiente al Pardo hiciera que el Opus Dei pasara a ser deseado, alabado, temido y denostado. Además de que, convencidos sus dirigentes de la fugacidad de los regímenes políticos, sin renunciar a ninguna de las ventajas que pudieran ser extraídas del poder, se esforzaran siempre por proclamar el pluralismo de las opciones que adoptaban sus miembros rehuyendo cualquier identificación con el régimen por si el paso del tiempo y la evolución de las percepciones pudiera trocar en perjudicial lo que había sido beneficioso. Continuará.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento