Juan Carlos Blanco Periodista y consultor de comunicación
OPINIÓN

Los violinistas del Titanic climático

Un joven se tira una botella de agua por encima en Madrid para combatir el calor.
Un joven se tira una botella de agua por encima en Madrid para combatir el calor.
EUROPA PRESS
Un joven se tira una botella de agua por encima en Madrid para combatir el calor.

Por si se nos olvida cuando lleguen las primeras lluvias de otoño: no, lo que estamos viviendo ahora en este estío ardiente no es normal, no es lo de siempre, no es lo de toda la vida. Y no, los avisos, las advertencias y hasta las amenazas de quienes nos alertan de los peligros y acechanzas del cambio climático no son científicos despistados ni exaltados que se han disfrazado de profetas del apocalipsis para una fiesta de ecuador de las vacaciones en la urbanización de la playa.

Salvo que nos hayamos convertido por accidente en una sucursal de Acapulco, Bali o Sumatra, nuestro clima, por norma, no es tropical. Tampoco es natural que nuestros veranos empiecen en mayo y terminen con el puente de Todos los Santos del primero de noviembre. De ningún modo es lo más corriente que las olas de calor duren lo que están durando. Y menos común es que la gota fría sea cada vez más común. Y que las sequías sean todavía más pertinaces que cuando este país lo gobernaba un general.

Es peligroso caer en fatalismos y en tremendismos, pero más peligroso es mirar para otro lado

Es peligroso caer en fatalismos y en tremendismos, pero más peligroso es mirar para otro lado y olvidarnos de que tenemos un problema como planeta. Y no es el de las guerras y las hambrunas, que también, sino el de un cambio climático que no es para dentro de un siglo ni de dos, sino que aparece como inminente en nuestros calendarios de Google y en los de nuestra vida cotidiana.

Podemos caer en la cursilería al decir que este planeta ha lanzado ya el SOS climático a la misma vez que se afana en buscar petróleo y gas para alimentar nuestros aparatos de aire acondicionado. Pero es verdad. Y lo peor es que nos estamos comportando como los violinistas del Titanic, tocando dulces melodías sin reparar en que nuestro barco, más que hundirse, se está quemando. 

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