Helena Resano Periodista
OPINIÓN

Ponle nombre

Inmigrantes subsaharianos amontonados tras los enfrentamientos con la Policía de Marruecos durante un intento de salto de la valla de Melilla.
Inmigrantes subsaharianos amontonados tras los enfrentamientos con la Policía de Marruecos durante un intento de salto de la valla de Melilla.
AMDH-NADOR
Inmigrantes subsaharianos amontonados tras los enfrentamientos con la Policía de Marruecos durante un intento de salto de la valla de Melilla.

Solo cuando le pasa a alguien cercano o a ti, te implicas en ese problema. Pasa con una enfermedad, pasa con un imprevisto, con una estafa, con un drama… La campaña de la DGT ha tirado de esa máxima y este año ha querido hacerla con caras que todos conocemos. Entienden que solo cuando es un familiar o alguien muy conocido el que es atropellado, todos nos concienciamos de la importancia de ser prudentes al volante. Y desde luego, lo han conseguido. 

El nuevo spot te hace saltar del sofá literalmente cuando ves cómo un coche atropella brutalmente a la cantante Amaia mientras nos habla a cámara y la desplaza varios metros. O cuando otro coche se lleva por delante al actor Eduard Fernández justo cuando se está bajando de su vehículo. Se te remueve el cuerpo, te deja una sensación muy incómoda y, bingo, consigue que te pares a pensar en lo importante que es no distraerse. Es así de triste: solo cuando el que sufre es conocido, entendemos su dolor.

Algo parecido deberíamos de hacer cuando hablamos de inmigración: si les ponemos cara, nombre y una historia, casi siempre dramática, a las personas que se juegan la vida cuando salen de su país e intentan llegar al nuestro, entenderíamos mejor su sufrimiento, sus renuncias, sus miedos. Comprenderíamos mejor el dolor de esa madre cuando ve salir a su hijo de casa, sin saber a dónde llegará, ni cómo y cuándo volverá a verlo. Si alguna vez sabrá si sigue con vida. Si alguna vez regresará o podrá de nuevo abrazarlo. 

Entenderíamos mejor el shock que sufren esas personas que, milagrosamente, han conseguido llegar a tierra tras una travesía en mitad de la noche, en un mar completamente negro, que se ha tragado los cuerpos de sus compañeros de viaje, de sus maridos, de sus amigos, de sus hermanos y de sus hijos. Entenderíamos mejor el dolor de esos niños que han sido rescatados de un camión en el que apenas podían respirar, que ha sido abandonado en mitad del desierto de Texas, lleno de gente que poco a poco ha ido agonizando, asfixiados, muertos de calor.

Ese es el drama de algunos de los supervivientes de ese camión de la muerte que localizaban el lunes en San Antonio, en Estados Unidos. Solo así entenderíamos y pediríamos explicaciones sobre lo que ha pasado en Melilla. Por qué se actuó de esa forma tan brutal contra personas que intentaban saltar una valla. Algo ilegal, sí, pero un gesto desesperado para alguien que no tiene nada. Solo si consiguiéramos saber quiénes eran, cómo se llamaban, de dónde venían y cuál era su historia, nos enojaríamos hasta la indignación y pediríamos explicaciones, pediríamos una investigación, respuestas a una actuación desmedida contra quienes no tenían nada y solo buscaban una vida mejor. Pero claro, a ellos no los conocíamos. No nos dejaron conocerles.

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