Entrevista | Ruth Gabriel: "En redes no publico nada que me haga vulnerable"

Ruth Gabriel posa en las instalaciones de '20minutos'.
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JORGE PARÍS
Ruth Gabriel posa en las instalaciones de '20minutos'.

Ruth Gabriel habla de su profesión y de sus vivencias con una suerte de pasión suave y con la honestidad que le pone a sus papeles. Por ejemplo, a la rebelde pero cobarde Magdalena, personaje de La casa de Bernarda Alba (Lorca), que estará en el Teatro Español de Madrid hasta el 5 de junio. Conocida desde niña, nómada y poetisa, reflexiona sobre el teatro, la fama y la libertad.

¿Siguen vigentes el drama y los problemas de las mujeres de La Casa de Bernarda Alba? Siguen vigentes muchas cosas y en muchos sitios. A veces estamos mirando solo nuestro entorno, pero el mundo es muy grande y cada vez lo tenemos más cerca. Hay países y momentos como la toma de Kabul por parte de los talibanes, donde vimos a mujeres teniendo que dejar atrás sus derechos, sus vidas, sus casas, sus familias… para poder salvar no solo sus vidas, sino su identidad, sus libertades, su realidad.

Interpreta a Magdalena, ¿le tenía Lorca cierto cariño a ese personaje? Creo que sí, que desde un principio la dotó para ir un paso más allá, para no conformarse. Pero es cobarde. No se conforma, pero no hace nada al respecto, es la que intenta montar el jaleo para que las demás reaccionen. Aún así Magdalena tiene una llama muy bonita.

¿Cómo se innova con una obra clásica, cómo se le da al espectador algo nuevo? Sólo se necesita tener un increíble texto y enamorarse de él y eso lo hemos conseguido. No se ha cambiado ni una coma. Hemos revisado todas las versiones que había, porque Lorca la escribió justo antes de morir y ha pasado por varias manos. Se le han sacado al texto varias capas, porque tiene muchas y de mucha profundidad, por lo que se podrían hacer 300 versiones diferentes sin tener que cambiar nada.

¿Qué han hecho ustedes, por ejemplo? En este montaje hay algo muy inteligente que ha hecho el director José Carlos Plaza, que es quitar todos los personajes de fuera de la casa, con lo que ha conseguido que todas las hermanas tengan más protagonismo. Ahora todas tienen algo muy concreto que decir y la gente se identifica con una o con otra.

Frase de Magdalena: "Nos pudrimos por el qué dirán". Esto sigue pasando en la época del postureo, ¿no es así? Imagínate si en La casa de Bernarda Alba hubieran tenido Instagram… Sí, seguimos muy pendientes del qué dirán y recibiendo críticas, más con las redes sociales, donde cualquier persona anónima te puede poner de vuelta y media, para gestionar frustraciones que nada tienen que ver contigo, sino ellos mismos. Es una podredumbre que muchos seres humanos se empeñan en alimentar y en enfocarla en personajes públicos y que existe y que creo que va a existir hasta el fin de los tiempos.

Ruth Gabriel, en las instalaciones de '20minutos.es'.
Ruth Gabriel, en las instalaciones de '20minutos.es'.
JORGE PARÍS

¿Le preocupa a usted, qué tal se lleva con las redes? Yo no soy muy activa en redes, pero es más por pereza que por otra cosa. Mi día no me da y tampoco se me ocurre qué poner, ¿una foto mía tomando un café? ¿A quién le interesa eso? No entro en ese código, pero entiendo a quien lo hace, a quien con una foto muy cuqui de pronto le alegra el día a cien o a cien mil personas, pero a mí no me nace.

¿Qué cosas no veremos en sus redes sociales? No publico nada que me haga vulnerable, aunque haya vulnerabilidades mías que quiera mostrar en un momento dado, porque sean un momento de reflexión. No soy nada kamikaze con lo que publico, soy muy privada y lo he sido siempre porque he estado muy expuesta desde que era pequeña y hay una parte de mí que necesito saber que está protegida, que es mía, de mi familia y de mis amigos y que no comparto.

No he publicado nada de mis hijos hasta que han sido mayores de edad y he tenido su permiso. No les he expuesto porque no son personas que quieran estar expuestas. Eso lo he mantenido a rajatabla.

Magdalena también dice: "No me voy a casar, prefiero llevar sacos al molino […] malditas sean las mujeres", ¿era una pionera en lo de no atarse a otra persona? El ‘no me voy a casar’ es porque es una mujer rota, que todo le da igual. Su primera frase es "lo mismo me da". Muchas veces me imagino a Magdalena fuera de esa casa y creo que se habría ido a un convento a cuidar de un huerto o a arreglar cosas o hacer carpintería.

Federico García Lorca puso como figura autoritaria a una mujer, que es Bernarda. Una mujer que hace daño a las mujeres para representar al patriarcado. Es tan tremendo que nosotras mismas nos hacemos daño, vuelan las cabezas, todo el día las unas a las otras haciéndose daño.

¿Hace algún ejercicio para quitarse a Magdalena de encima cuando sale del teatro? Está pasando algo particular con esta obra, que es el momento que estamos viviendo y el público que está viniendo. La gente tiene muchas ganas de teatro y la gente se implica con nosotras en la obra de una manera que yo no había vivido nunca. Así que tengo dos emociones: todo lo que me puede quedar de Magdalena y luego la Ruth que está emocionada de ver a ese público. Tengo que gestionar las dos cosas cuando salgo lo más rápido posible (risas) porque una quiere tomarse una cervecita con los amigos y descontracturar todo el cuerpo y ser consciente de que todo va bien. Me gusta caminar después de cada función y volver a casa así aunque me pille un poco lejos. Lo hago con todas las funciones, pero con esta mucho más. Además, es necesario rodearse de gente que nos de cariño. Transitamos el dolor humano y después hay ganas de transitar el cariñito.

Representan un gran drama, ¿caben las risas en los camerinos? Más que nunca, porque es un antídoto. Todas nos queremos y respetamos muchísimo. Se ha creado una familia que se nota, se respira y hemos hecho una gira donde todas nos hemos visto crecer y todas tenemos mucho sentido del humor que es pura superviviencia.

El humor es un salvavidas… Mucha gente reconocerá que cuando hay un velatorio siempre hay momentos de risa. El ser humano necesita escapar del dolor y de pronto pasa algo y te estás partiendo de risa y sintiéndote fatal por estar haciéndolo (risas).

En esta función hay muchos momentos de risa. A veces la gente se corta, pero me gustaría animar a quien venga que si se tiene que reír que se ría de verdad. Estamos viendo ahora a generaciones nuevas que algunas cosas terribles que se dicen en la obra les pillan tan lejos y es tan absurdo para ellos que les causa risa. Eso para mí es una señal muy sana de la sociedad. Las risas nos dan vida en la función.

¿Hasta qué punto son conscientes en escena de la reacción del público? Se nota… No lo piensas, pero lo sientes, es extraño de explicar. Es como saber si hace frío o calor, es una energía que recibes, una especie de murmullo.

Cuando estábamos con el toque de queda y el aforo limitado durante la pandemia no notábamos la limitación del aforo. Sentíamos como si estuviera lleno totalmente, tal era la fuerza y la implicación del público.

¿La obra cambia mucho de un público a otro? Siempre lo he dicho: la obra no la hacemos sólo los actores, el público también crea la función, con su fuerza, su energía, su atención, sus risas, sus llantos… con su propia imaginación crean a personajes, como en este caso a Pepe el Romano, al que no se ve, pero que cada uno se imagina.

¿Alguna vez le ha pasado algo con alguien del público? Hace muchos años estábamos con esta misma obra y, aquí viene un spoiler, se ahorca la niña y Poncia grita "¡No entres!" y se hace el silencio y se oye desde el público: "¡¿POH NO SAORCAO!?" (risas) Y tienes que esforzarte por seguir adelante.

Si que se metió en la historia… Es lo bonito del teatro, es humano, estamos juntos, celebrando un acto teatral único, en directo.

¿Piensa alguna en que ya se hacía hace milenios? Pienso mucho en esa necesidad del ser humano de compartir las emociones y de representarlas. Es instintivo. La cultura no es una cosa menor porque de alguna manera es lo que ha definido al ser humano como tal… dejar representadas sus emociones y sus inquietudes y que siglos después estemos hablando de las mismas pasiones que nos mueven y que nos hacen unirnos o enfrentarnos, o enamorarnos… eso es brutal.

¿Tiene una moraleja La casa de Bernarda Alba? No sé si moraleja, porque hay tantísimos temas… Es una obra sobre la libertad. Es muy bonito escuchar a José Carlos hablar de la obra y decía que Bernarda no solo encierra a sus hijas en una casa, encierra su libertad. “Tus hijas están y viven como si estuvieran en alacenas”, dice Poncia. Les quita la libertad de tal manera que son incapaces de moverse, les quita la libertad del espíritu, son incapaces de rebelarse y se dejan pudrir ahí porque les han dicho “de aquí no te mueves”.

Ruth Gabriel posa para '20minutos.es'.
Ruth Gabriel posa para '20minutos.es'.
JORGE PARÍS

Mi madre me contaba que si a una gallina le dibujas una línea en el suelo de ahí no se mueve. Eso es un poco lo que hace Bernarda con sus hijas: las despoja de su espíritu de libertad.

La moraleja y la razón por la que es importante ver esta obra es porque damos por sentadas muchas libertades que en cualquier momento podrían irse.

¿Somos más libres de lo que pensamos que somos, podríamos ser más rebeldes? ¡Si, claro que podemos, más rebeldes, nunca es suficiente! (risas) Pero también hay que sopesar las prioridades, porque si acabas rebelándote por todo al final no acabas nunca y acabas consiguiendo libertades que no son relevantes y las que de verdad importan se olvidan.

Cuando viajas, cuando vas a otros países coges perspectiva. He estado colaborando varios años con la Plataforma de Mujeres Artistas Contra la Violencia de Género y cuando viajas a sitios donde matan miles de mujeres al día te das cuenta de que aunque aquí tenemos que seguir luchando por una protección real, ves que España no es un sitio tan inseguro. Vamos a disfrutarlo y vamos a crecer sobre eso, no dando por hecho de que es perfecto, pero sí sobre eso para dar más pasos para ganar en libertades, derechos y protección.

Hay mucha sexualidad frustrada en la obra, ¿no? Cuando Magdalena ve a los segadores es la primera que va… hay mucha represión sexual en mujeres que ni siquiera saben qué hacer con su sexualidad porque nadie les ha dicho "lo que te está pasando por el cuerpo es esto, lo que estás notando"… esa "lagartija entre los pechos" que dice Poncia. Y cuando llegan los segadores les ve libres, dando voces, en el campo, que son fuertes, que huelen de otra manera… y las cinco hermanas son volcancitos a punto de estallar.

¿Tiene manías antes de salir al escenario? Ninguna fija porque cada personaje me requiere distintas cosas. En este, como empiezo la función llorando ya destrozada me doy mucho tiempo para transitar y entrar en ese dolor despacito, buscando el llanto, pero desde cosas bellas, no dolorosas. Estos personajes requieren una verdad muy potente, no puedo llegar y fingir el dolor o el llanto, tengo que atravesarlo de verdad. Me da tranquilidad repasar el texto con mis compañeras y mi camerino se convierte en mi espacio y tengo mi altarcito con fotos, una velita… y solo con colocarlo me ordena mentalmente. Es como un ritual que me ayuda.

¿Qué hizo con el Goya, donde lo tiene? Lo tengo en casa, al principio lo tenía de manera modesta, pero luego dije “me lo he ganado, que se vea” y ahora está en un pasillo, cerca de un despacho, con todos los premios. Está bien ser humilde, pero si no nos damos nosotros mismos nuestro espacio y reconocimiento, no nos lo da nadie.

¿Se trabaja más o menos después de ganar un Goya? No, pero sí siento que hay un respeto. Cuando yo lo gané, que era el primer Goya Revelación que se daba, lo que sentí era como la bienvenida a la profesión, por eso fue emocionante.

¿Nota algo la fama? Llevo una vida normal, cojo el metro, me muevo con normalidad, no como cuando era pequeña, que sí era angustioso.

¿Qué recuerdos le quedan de los días de Barrio Sésamo? Me vienen sensaciones. Por ejemplo, mucho cansancio, porque trabajábamos las mismas horas que un adulto, no teníamos la protección que hay ahora con los niños, pero me viene también la sensación de que estaba mejor allí que en el colegio (risas). Aunque me cansaba mucho me encantaba trabajar. Me lo tomaba muy en serio y era muy disciplinada. Y lo sigo siendo. Mi casa es un desastre, yo soy muy desordenada, pero mi ambiente de trabajo es muy ordenado hasta rozar lo neurótico.

¿Cómo era tratar con Espinete y verle sin cabeza, por ejemplo? Recuerdo a una de nuestras compañeras que era muy pequeña y que pasaba miedo porque le daba miedo Don Pimpón, pero le encantaba Espinete y se le enganchaba a la pierna. Lo que había entre bambalinas, como mi padre ha hecho teatro desde pequeña, a mí me fascinaba, meterme en lo que no se ve. Me encantaba ver cómo cuidaban el muñeco, cómo lo limpiaban, aireaban… y tenía una fascinación absoluta por Chelo Vivares, por las horas que pasaba dentro del muñecón y el aguante que tuvo. El disfraz era un mamotreto y daba mucho calor y pesaba.

¿Llegó saber qué era Don Pimpón? No (risas). Podemos hacer un llamamiento, si alguien sabe qué era que nos escriba. A mí me hace mucha gracia porque no me enteré hasta hace pocos años de que había un chiste que es "te mueves menos que Don Pimpón en una cama de velcro" (risas).

¿Sus hijos la han visto en Barrio Sésamo? El shock total es que mi hijo es como yo, se parece mucho y les hice la broma de decirles que íbamos a ver a Gabriel (mi hijo) mayor y con peluca y se quedaron rayados hasta que la pequeña se dio cuenta de que era yo. Se rieron un poco, pero no le hicieron mucho caso.

¿Cómo se siente al verse con ese pelo? Triste, muy triste... Era tremendo. La actriz Marta Hazas me contó que de pequeña la amenazaban con cortarle el pelo como a la niña de la horchatería de Barrio Sésamo (risas). La crisis que eso ha supuesto para mí. De todos los traumas infantiles el pero era de los peores.

Aunque tengo que decir que aquello de que yo me vistiera en aquella época como un chico, con el pelo así, que a mi madre le dije de todo, al cabo del tiempo mujeres de mi edad me han dicho que para ellas fue importante verme así, que había otras opciones al vestidito rosa con las mangas de farol. Y llamé a mi madre, le pedí perdón y le di las gracias por convertirme en un referente.

Vivió siendo joven en EE UU e Italia, ¿qué le aportó esa vida nómada? Lo primero que me aportó fue el anonimato, que para mí fue muy importante llegar a la adolescencia como una más del montón. Irse a EE UU por aquel entonces era como irse a otro mundo y fue un shock cultural. Desde entonces comprendí la importancia de viajar, de vivir otras culturas, otras realidades geopolíticas y otros idiomas, que configuran la manera de pensar en cada país. Fue fascinante. En Italia canté en el coro del Duomo de Florencia y viví rodeada de arte, disfrutándolo a tope.

En Bandolera su personaje moría, ¿cómo es el momento en el que te cuentan que tu personaje muere? Pues muy chungo, porque notas que ellos mismos lo están pasando mal… te da pena y luego dices ¡qué mierda, pero si la que se muere soy yo! (risas). Es duro, pero te das cuenta de que a nivel narrativo en las series la gente tiene que morirse para impulsar las tramas. Tarde o temprano le toca a uno o a otro.

Escribe poesía, ¿se ve como una mujer del renacimiento o es parte de la misma sensibilidad que usa para la interpretación? Es parte de mi educación, más bien. Con una madre escritora y amante de la literatura los libros siempre estuvieron en casa. Yo aprendí a leer sola, nadie sabe cómo. Recitábamos poemas de memoria y teníamos el sentido de la rítmica y del verso incorporados. La poesía es una manera de traducir cosas a palabras, es un viaje de comprensión y de regulación de lo que te está pasando por dentro. Ha sido un hábito como el del que se dedica a hacer garabatos en un cuaderno. Si fuera una mujer del renacimiento tendría muchos libros hechos, pero simplemente tengo ganas de escribir y escribo, por impulsos personales.

¿Le ha costado hacer eso con sus hijos, sembrarles el interés por la literatura? ¿Algún consejo para hacerlo? Sí, pero no hay que perder la fe. Tengo un hijo que le ha encantado leer siempre y una hija que no le hacía caso, pero a día de hoy mi hija disfruta de rodearse de gente que lee y le parece que tiene eso en común con ellos y que lo puede compartir. Va por rachas. No hay que desesperar, pasa con la lectura, con el arte… de pronto niños a los que no les importaba de pronto los recuerdos les vienen y se dan cuenta de que forman parte de lo que son y de su infancia. No hay que dejar nunca de presentarles esa opción. Aunque parezca que no le hacen caso les crea como personas.

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