Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Manuel Giménez Abad en los campos de tierra

Manuel Giménez Larraz, hijo de Manuel Giménez Abad, en las Cortes de Aragón.
Manuel Giménez Larraz, hijo de Manuel Giménez Abad, en las Cortes de Aragón.
HERALDO
Manuel Giménez Larraz, hijo de Manuel Giménez Abad, en las Cortes de Aragón.

El Sagitta era un equipo único y un cachondeo organizado, tribal y milagroso. Tenía algo de legión, de peña de fiestas, de hermandad y de sociedad secreta. Nadie te preguntaba de dónde venías y el vestuario, como la muerte en el barroco, tenía un mágico poder igualatorio. El Sagitta era más que un equipo de fútbol de un grupo de amigos que quería rebelarse contra el mundo, era también una panda de indocumentados que trataban de empezar a valerse por sí mismos.

Algunos padres no se fiaban del todo y velaban a su modo por el equipo. Trataban de ayudar en la medida de lo posible y se manchaban los zapatos con el polvo de aquellos duros campos de tierra. José Antonio, el novio paciente y divertido de la hermana de Rafa, fue el primer entrenador. La hierba artificial era el sueño de un visionario que llegaba tarde para la juventud desorientada de un grupo de perdedores que se negaban a serlo. Los padres gritaban, animaban, abroncaban y ponían, casi siempre, el medio de transporte. En el vestuario del Sagitta se vieron cosas que nadie puede contar.

"Se volatilizaba en los descansos y volvía a aparecer en la zona más discreta y siempre alejado del barullo"

Dos temporadas más tarde fichamos a Manuel. Venía con dos amigos: Pablo y Juan. Nadie les preguntó de dónde habían salido. Eran parte del equipo y punto. Tenían clase, buena educación y sentido del humor. Además, jugaban bien. Uno en cada línea, nos dieron un empujón de calidad. Sin embargo, Manuel traía algo especial: un fan incondicional. Su padre, Manuel Giménez Abad.

No nos enteramos nunca de que el padre de Manuel era político. No se acercaba demasiado al campo, veía todo desde una distancia más que prudencial. Jamás interactuó con nosotros. Estaba en otro plano. Se volatilizaba en los descansos y volvía a aparecer en la zona más discreta y siempre alejado del barullo. Aquello era una lección de vida que algunos aplicamos con imperfección veinte años más tarde.

Ayer se cumplieron veintiún años de su asesinato a manos de un miembro de ETA cuando iba con su hijo Borja hacia la Romareda. Ayer era, además, el primer viernes de mayo, día de fiesta en Jaca, su ciudad. Se cumplen también veinte años del nacimiento de la Fundación que lleva su nombre y que copreside su hijo Manuel, una institución que recuerda, entre otras muchas cosas, la importancia de la hermandad y la armonía entre las gentes de bien, sin mirar el color político. Octavio Gómez Milián escribió un poema dedicado a Giménez Abad. Un verso dice: “tuve un sueño maravilloso, era un hombre que ya no moriría”. Creo que, en cierto modo, el sueño se va cumpliendo. Y yo siento un orgullo inmenso al pensar que Manuel Giménez Abad sabía quiénes éramos los chavales del Sagitta y que alguna vez, quizá, me vio marcar algún gol. 

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