OPINIÓN

Rebelión salvaje en las calles

Tulipanes y otras flores, en el Real Jardín Botánico.
Tulipanes y otras flores, en el Real Jardín Botánico.
JESÚS HELLÍN / EP
Tulipanes y otras flores, en el Real Jardín Botánico.

Una primavera más, la naturaleza protagoniza una feroz batalla por reconquistar las ciudades, incansable al desaliento y al inerte hormigón que las cubre. Las flores silvestres avanzan decididas por los solares y las más valientes se abren paso a través de las grietas imposibles del asfalto, haciéndose hueco en las rendijas de las baldosas y los alcorques de árboles olvidados. Los servicios municipales luchan contra ellas en desigual batalla utilizando armas tan sofisticadas como las desbrozadoras o los brutales herbicidas de última generación, pero tienen todas las de perder. Rojas amapolas, amarillos gordolobos, grandes margaritas, malvas y viboreras llenan de color nuestros espacios más urbanos. Incluso alguna orquídea loca ha conquistado las cunetas.

En el cielo, ajenos a la negra boina de contaminación que los cubre, los vencejos han llegado puntuales a su cita con la ciudad, gritones, siempre estresados, siempre con prisas, siempre discutiendo, pero siempre empeñados en alegrarnos la existencia. También andan ya por aquí las golondrinas, enfrascadas en sus triseos, esas conversaciones de patio de vecinos en las que seguramente criticarán nuestra cada día más invivible vida. Seguro que les damos mucha pena, de eso hablan, de nosotros. Y el mirlo sigue tocando la flauta. Y el estornino silbando todo tipo de imitaciones. Pero ya no los escuchamos. Se nos ha olvidado la ilusión que nos hicieron sus conciertos en los días de pandemia, ahora silenciados con esos ruidos infernales de los coches.

Da lo mismo. La nuestra es una guerra perdida. Ya nos lo advirtió el poeta Pablo Neruda, podremos cortar todas las flores y silenciar todos los pájaros, pero no podremos detener la primavera

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