Historias sorprendentes que ocurrieron durante una cuarentena

Enfermeras de la Cruz Roja durante la pandemia de gripe española de 1918.
Enfermeras de la Cruz Roja durante la pandemia de gripe española de 1918 en EE UU.
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Enfermeras de la Cruz Roja durante la pandemia de gripe española de 1918.

Ahora que, nos guste o no, estamos todos encerrados en casa, salvo los que están ahí fuera luchando para que el mundo no se pare por completo, quizá sea un buen momento para contar historias.

Se le llame cuarentena, distanciamiento social, confinamiento… lo cierto es que no es agradable estar encerrado sin poder salir más allá de ir al súper, a la farmacia o a pasear al perro. Pero, como quien no se consuela es porque no quiere, ahí queda esto: quizá sea este el mejor momento de la historia para pasar una cuarentena

Nuestros conocimientos sobre qué causa las enfermedades que nos afligen son incomparablemente mayores que los que tenían nuestros antepasados y sabemos, aunque no sea todo a qué nos enfrentamos y cómo combatirlo.

Las epidemias se instalaron entre nosotros cuando nos volvimos sedentarios y comenzamos a vivir en aldeas rodeados unos de otros y de animales, generando de esta forma el caldo de cultivo perfecto para que los microbios pudieran invadir más fácilmente nuestros cuerpos.

Casi siempre han sido sinónimo de caos, pánico colectivo e incluso apocalipsis. Frecuentemente se atribuían a castigos (o bendiciones) divinos, maldiciones o se las relacionaba con grupos étnicos y religiosos considerados “apestados” (como fue el caso de los judíos durante las pestes europeas). No se sabía ni cómo ni por qué se producían los contagios, pero desde muy pronto se aplicaron medidas que, dando palos de ciego, a veces funcionaban. Este es el caso de las cuarentenas.

Este tipo de aislamiento es al menos tan viejo como la Biblia. Concretamente, en el Antiguo Testamento ya se habla de “recluir durante siete días” a quienes tenían síntomas de lepra (Levítico 13). Y es, precisamente, un relato sobre esta enfermedad la primera de estas historias.

La península de los leprosos

En Hawái a mediados del S. XIX, durante el reinado del rey Kamehameha V (no, no es una broma, la dinastía Kamehameha reinó en Hawái durante cien años) las autoridades comenzaron a notar lo que consideraron un gran número de casos de lepra.

Las supersticiones y el estigma que rodeaban a esta enfermedad milenaria llevaron al Gobierno de la isla a decretar un confinamiento obligatorio para todos aquellos que fueran sospechosos de tener la lepra para evitar contagios.

El lugar decretado para el aislamiento no podía ser más cruel: la península de Kalaupapa, un pequeño saliente de tierra flanqueado de un lado por el mar y del otro por unos gigantes acantilados en la isla de Molokai. En la práctica era imposible salir de allí. Los enfermos eran arrojados a su suerte a un entorno en el que, hasta la llegada de misiones religiosas, imperaba la ley del más fuerte.

Vista aérea del asentamiento para leprosos de Kalaupapa (Hawai, EE UU) en 1930.
Vista aérea del asentamiento para leprosos de Kalaupapa (Hawai, EE UU) en 1930.
US ARMY

Aunque con el tiempo el trato se fue humanizando y se terminó por construir un asentamiento civilizado, en los primeros años la Policía preparaba emboscadas a los enfermos, que a menudo se escondían por temor a ser confinados y separados de sus familias. Cuando eran interceptados, las autoirdades les tomaba una foto para su ficha policial como si se tratase criminales.

Incluso los vehículos que entraban en Kalaupapa tenían prohibido volver a salir por temor a que al volver contagiaran al resto. La colonia de leprosos de Kalaupapa se mantuvo en funcionamiento hasta 1969, cuando los avances en la investigación sobre la enfermedad ya habían dado con tratamientos eficaces.

Los 25 años de soledad de María “Tifoidea”

Como tantos otros de sus compatriotas, Mary Mallon lo dejó todo en su Irlanda natal para buscar mejor fortuna en unos Estados Unidos que no paraban de recibir inmigrantes, allá por el último tercio del siglo XIX.

En Nueva York encontró trabajo como cocinera y pasó por los fogones de varios hogares de la región, aunque dejando un peculiar rastro a su paso: cocina por la que pasaba, familia que enfermaba de fiebre tifoidea.

Mallon fue encadenando trabajos y desencadenando brotes de la enfermedad sin llamar la atención hasta que un investigador médico llamado George Soper, contratado por una de las familias afectadas por un mal atípico en la zona, comenzó a atar cabos y descubrió que de las ocho familias para las que había trabajado Mallon, siete habían desarrollado síntomas de la enfermedad.

Mary Mallon (en primer plano) durante una hospitalización.
Mary Mallon (en primer plano) durante una hospitalización.
WIKIMEDIA COMMONS

En 1907, Mary fue detenida y condenada a un aislamiento forzoso de tres años en una isla neoyorkina que le fue levantado a condición de que no volviese jamás a trabajar de cocinera. Tras ser liberada "Typhoid Mary", como fue apodada por la prensa estadounidense, probó suerte en otros oficios, pero no tardó en volver a las andadas con una identidad falsa y volvió a cocinar.

Nuevos brotes de fiebre tifoidea pusieron en alerta a unas autoridades que volvieron a dar con ella cinco años después. Mary fue detenida de nuevo y puesta en cuarentena en North Brother Island, una pequeñísima isla neoyorkina donde pasó 23 años recluida hasta su muerte, por culpa de neumonía en 1938. Se estima que, como portadora asintomática de salmonela typhi  (el patógeno que provoca la fiebre tifoidea) contagió a 51 personas de las que tres fallecieron.

Gunnison, el condado que esquivó la gripe española

Si en algún sitio saben de tomarse en serio las cuarentenas es en Gunnison, Colorado. Las medidas de distanciamiento social por el covid-19 que se están decretando en todo el mundo no son una excepción allí, pero los gunnisonianos tienen un curioso precedente en la historia en lo que se refiere a las cuarentenas.

Entre 1918 y 1919, cuando la gripe española, causaba estragos en todo el mundo (provocó entre 20 y 40 millones de muertes), el doctor Hansen, el médico del condado, preocupado por el alarmante ritmo de contagios que sufrían las poblaciones vecinas decretó "una cuarentena contra el mundo".

Gunnison ordenó el confinamiento preventivo de la población, levantó barricadas en los caminos, prohibió los viajes en ferrocarril y a todo viajero que pasaba por sus dominios lo obligó a quedar en cuarentena, so pena de ser encarcelado. Los periódicos locales del momento dan cuenta de que al menos dos motoristas fueron a prisión por saltarse el confinamiento

La cuestión es que la medida funcionó. Tras cuatro meses de aislamiento forzoso entre octubre de 1918 y febrero de 1919, solo dos personas contrajeron la gripe española de las cuales una murió. Gunnison se convirtió en una de las pocas comunidades estadounidenses que consiguieron salir prácticamente indemnes de la terrible pandemia de gripe española, que golpeó hasta a las comunidades más remotas de todo el mundo.

Optimismo en tiempos de aislamiento

Las cuarentenas, los encierros suelen ser tristes y duros, pero también han sido el caldo de cultivo para grandes logros. Por ejemplo Shakespeare escribió algunas de sus mejores obras durante los frecuentes aislamientos que se producían en Londres y en sus parroquias vecinas por las devastadoras pestes del siglo XVI. O Newton, que hizo algunos de sus mayores avances en su teoría del cálculo, el movimiento la óptica o la gravedad desde el aislamiento provocado por la Gran Peste de Londres en 1665.

De hecho, y a propósito de Shakespeare, una cuarentena tuvo mucho que ver con el trágico final de Romeo y Julieta. En la ficción, el personaje encargado de hacerle llegar la carta a Romeo informándole de que Julieta en realidad ha fingido su muerte, es detenido y puesto en cuarentena sospechoso de haberse fugado de una casa de confinamiento. Este hecho retrasa la llegada de la misiva lo que provoca finalmente el suicidio de Romeo, seguido después por el de Julieta al conocer la muerte de su amado.

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