Los dos grupos empiezan a estar diferenciados. El primero de ellos lo componen etarras condenados a penas altísimas, hastiados después de tantos años en prisión, que han visto cómo el horizonte de una cercana libertad quedó dinamitado por la ruptura de la tregua. En el otro, los terroristas de nueva generación, que llevan poco entre rejas y todavía creen en la doctrina y la ortodoxia etarra.
Los últimos en pronunciarse han sido Luis Urrusolo Sistiaga, Langile, y Carmen Guisasola, Lourdes, que en una carta publicada en Gara el martes pedían a la banda «una solución negociadora al conflicto vasco».
Cárceles andaluzas
El debate interno entre los presos de ETA ha empezado en las cárceles andaluzas, las más alejadas del País Vasco. Allí, varios etarras han firmado un documento en el que critican la lucha armada, no por razones éticas, es decir, un arrepentimiento público por los atentados, sino porque reconocen la «derrota militar» de la banda y piden nuevas soluciones.
Entre los firmantes, además de Urrusolo Sistiaga, están Santi Potros, Antonio Troitiño (matanza de Hipercor) y José María Arregi Fiti, ex jefe de la banda.
De todas formas, el miedo a alzar voces discordantes está muy presente, ya que el precio es alto. «ETA corta de raíz las rebeliones expulsando a los disconformes. Lo que supone que ellos y sus familias son aislados social y económicamente. No reciben dinero ni tienen abogados a su disposición», explican fuentes antiterroristas.
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