Aunque pueda dar la impresión de que la fotografía de carretera es un subgénero en extinción o a punto de serlo, liquidada en su imprevista mecánica, en la lotería del azar del trazado, el clima y los encuentros, por la supremacía universalista de las imágenes de bolsillo tomadas por todo bicho viviente con el utensilio que lleva en el bolsillo, de vez en cuando asoman seres que parecen de otro tiempo que se toman muy en serio la mística del asfalto, la gasolina y la goma quemada.

La holandesa Robin de Puy, nacida en 1986, licenciada en 2009 y cuatro años después ganadora de premios de alto prestigio con el trabajo documental Girls in the Prostitution, que la llevó a subir de categoría y tener en sus manos una cartera de clientes de alto rango como retratista descarada de personalidades de la moda y el espectáculo, sufrió una crisis de ansiedad en 2014. Estaba saturada, no tenía tiempo para pensar y sentía que cada trabajo era casi idéntico al anterior.

Nada mejor que un mapa de los EE UU, un país con 6,6 millones de kilómetros de carreteras, para refrescar la mente y ejercer una terapia sobre la superficie del mundo. En mayo de 2015 la fotógrafa se armó de lo mínimo: un par de cámaras, dos focos, un paraguas-difusor plegable, unos vaqueros y solamente lo que entrase en la mochila y las dos alforjas de la moto Harley-Davidson que compró al comienzo del viaje de iniciación y depuración  espiritual.

Tenía por delante diez semanas y ningún plan previsto. Solamente avanzar sin destino fijo, buscando personas a las que conocer y retratar, sin intención de que compusieran un mosaico de contrastes —como hizo el gran cronista del terreno estadounidense, Robert Frank, en el fotoensayo de referencia de la vida on the road, Los Americanos—.

De Puy no buscaba disparidades humanas, etnográficas, de raza o panorámicas. "Sólo quería decir adiós cada mañana a una persona distinta", confiesa la fotógrafa, que durante las 8.000 millas de su recorrido, unos 10.000 kilómetros iniciados y culminados en Las Vegas, narró en tiempo presente sus reflexiones sobre la experiencia nómada en un diario que iba colgando en su página web.

El proyecto, titulado If This Is True (Si esto es verdad), se convierte ahora en una exposición —en el Fotomuseum de La Haya hasta el 26 de junio—, el  libro If This Is True... I'll Never Have to Leave Home Again (Si esto es verdad... No tendré que irme de casa nunca más) y un documental sobre el periplo dirigido por Simone de Vries.

Si lo que deseaba la saturada fotógrafa era limpiar la mirada y recobrar una forma de hacer fotos más naturales y con mayor grado de imprevistos, lo ha conseguido. If This Is True está lleno de los inesperados encuentros que se dan en la errancia: moteles, mujeres que flotan desnudas en el agua clorada de una piscina, un muchacho con una herida sangrante en la cabeza, otro con una mirada demasiado clara, un vagabundo negro de Alabama llamado Murt capaz de reparar cualquier trasto que no funcione, la adolescente Morgan que parece despreciar al mundo entero, amplitudes inabarcables...

Desde el museo de La Haya insisten en que no hay intención por parte de la fotógrafa en situar la acción en un lugar determinado. "No siguió ninguna ruta establecida, sólo recorrió el país en busca de caras singulares, gente de todas las edades y ambos sexos a la que acababa de conocer. No quería registrar contrastes sociales o la antítesis entre lo urbano y los espacios vacíos y sin fin del país (...) Los retratos se podrían haber tomado en cualquier lugar entre Washington, Varsovia y Vladivostok".