Han pasado sólo quince minutos desde que ocurriera todo esto.
Los focos descansan y la oscuridad se cierne sobre una multitud consciente de que los sueños no tardarán en cumplirse.
Un corazón que late desde la lejanía se acerca poco a poco y la locura de los presentes se acrecenta con cada palpitación porque es entonces cuando se dan cuenta de que pisan tierra firme, de que han llegado a la cara oculta de la luna.
[Fernando Forcada, autor del libro Pink Floyd, Más allá del Muro, define The Dark Side of The Moon como "el mejor álbum conceptual y uno de los monumentos en la historia del rock, fruto de la colaboración de dos genios de la música sinfónica puesta al servicio de una obra maestra".
Roger Waters, escritor de todas las letras de un álbum que permaneció durante 14 años consecutivos -740 semanas- en el Billboard, respeta y reproduce en directo cada fragmento de esta joya del audio de forma escrupulosa, casi al milímetro. Hasta el punto de cantar sólo las partes que interpreta en el disco].
'Speak to Me' (Mason). A 60 pulsaciones por minuto -muchas menos que las del respetable-, se mezclan los latidos con el bullicio de los relojes y una caja registradora.
A ello se le suman las voces de Chris Adamson -road manager- y Jerry Driscoll -portero de Abbey Road-, las risas de Peter Watts -sonidista y road manager- y un sintentizador creando un ambiente realmente agónico que llega a su momento cumbre en los gritos desesperados de Clare Torry.
Así comienza The Dark Side of The Moon ante los ojos incrédulos de unos espectadores que aún no se creen lo que están viviendo en directo tras ser 'literalmente' arrasados por un satélite volante.
Casi imposible de imaginar en el año 72 -ya la tocaban en esa fecha bajo el nombre de 'The Travel Sequence'-, la canción más futurista de los Floyd deja al público atónito al contemplar el 'violento' montaje visual que acompaña a un tema que no deja a nadie indiferente.
La tremenda explosión final devuelve la calma al recinto, aunque por poco tiempo.
Y es que precisamente el tiempo, tan relativo para unos y tan importante para otros, es el absoluto protagonista del siguiente tema: 'Time' (Mason, Waters, Wright, Gilmour).
El inicio es sublime y la rotundidad de la percusión, abrumadora. Perfecta secuencia que termina con el batería sentándose mientras toca para abordar de lleno uno de los grandes clásicos de la banda de Cambridge.
La voz de Waters y los increíbles coros se mezclan en una mágica espiral de adrenalina a la que Dave Kilminster pone la guinda clavando el solo de Gilmour -improvisado en el disco, por cierto-.
Tras un momento de angustia y sincera emoción le llega el turno al clásico más conocido del álbum, al más fuerte y rompedor.
Es una de esas canciones que sorprenden por el contraste que se produce entre la sobriedad de sus estrofas y un estribillo cargado de energía que te eleva a las alturas a través de una melodía realmente embriagadora.
Una vez más la presencia de Syd Barrett, el 'lunático', se hace notar en un tema que prácticamente lo menciona en su parte final: El lunático está en mi cabeza... hay alguien en mi cabeza pero no soy yo...y si la banda en la que estás comienza a tocar diferentes melodías, nos veremos en la cara oculta de la luna.
Pero antes hay que disfrutar todavía de un tema realmente apoteósico en el que el maestro Waters 'nos enseña' a vivir en armonía con todo lo que nos rodea. La melodía, que se repite hasta el final, va tomando cada vez más y más fuerza hasta 'morir' con un ...y todo lo que hay bajo el sol está en armonía, pero el sol está eclipsado por la luna... punto en el que de nuevo se aprecia el bombeo de un corazón que indica el final.
La emoción se traduce entonces en una sonora, cálida y sincera ovación con la que Roger Waters se despide del respetable junto a sus músicos y coristas. Abandona así el escenario tras haber interpretado una de las mayores joyas de la historia de la música.
En estado de pura euforia el público pide más... a lo que el maestro accede demostrando que no es del todo cierto el final de The Dark Side of The Moon, en el que Jerry Driscoll dice aquello de: "Realmente, no hay ningún lado oscuro de la Luna. En realidad todo es oscuro".
Tras presentar uno por uno a los miembros de la banda, el sonido de un helicóptero toma de nuevo la sala para comenzar unos bises sin desperdicio alguno. Y es que a Waters le queda aún mucho arsenal en su repertorio.
Sin más dilación entra a escena 'The Happiest Days of Our Lives' para recordar al público que está asistiendo a uno de los mejores días de su vida. El tema, del álbum The Wall (1979), siempre va acompañado por otro de los grandes esperados en cada actuación de Waters o Pink Floyd: 'Another Brick in The Wall (part II)'.
Sin embargo, lo que empezó como una introducción a otro de sus discos más sonados -The Wall- continuó por ese mismo camino para ofrecer al público un breve repaso por otra de las obras maestras de Pink Floyd. La dupla inicial, magnífica, da paso a un trío que se adivina nada más iniciar la dulce y elegante 'Vera', con la vieja radio en pantalla de nuevo.
Todavía coreaban los asistentes la fantástica melodía de 'Vera' cuando un redoble militar daba paso a la impresionante marcha con vestigios operescos 'Bring The Boys Back Home'.
Y el cierre definitivo, el último tema, no podía ser otro que 'Comfortably Numb'. Volvían entonces todas las sensaciones vividas, los recuerdos de un concierto que aún no había acabado. Es uno de esos temas en los que se echa de menos al resto de la banda: los teclados de Wright, las transiciones de Mason y, como no, la guitarra de Gilmour.
Fue un colofón sencillamente perfecto culminado nuevamente por el incansable Kilminster a las seis cuerdas.
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