El destino se lleva al elegido: Kelvin Kiptum, el formidable atleta que murió en su camino hacia la leyenda

Kiptum.
Kiptum.
EFE
Kiptum.

Marty McFly, recién llegado desde 2026 o 2028, nos habría contado que vio con sus ojos cosas que nosotros jamás creeríamos, que un hombre había corrido un maratón por debajo de las dos horas. No habría hecho falta preguntarle por el nombre, pues en 2024 ya sabíamos la elección del destino: Kelvin Kiptum. Él lo escogió, él nos lo ha arrebatado. Tan pronto. Y, de repente, toca escribir y terminar una crónica mucho antes de tiempo, buscar adjetivos que se quedan a la mitad, imaginando un futuro que ya será solo un sueño. El chico no tenía límites y así nos lo demostró antes de convertirse en leyenda a los 24 años, como una estrella del rock.

Hay 24 kilómetros entre Eldoret y Kaptagat, que discurren por una carretera comunal -asfalto, arcilla, barro- por donde transitan coches, camiones, bicicletas, vacas, ovejas, adultos sin destino, niños camino del colegio... y maratonianos. Este ecosistema compone el prodigioso valle del Rift, surcado por una falla abismal, donde altura y pobreza han amasado a los mejores maratonianos del planeta, que recorren a diario estos senderos en tiradas de 30-40 kilómetros a menos de tres minutos la unidad. 

Por aquí circula también el tótem Eliud Kipchoge, leyenda venerada y cuya casa familiar se asienta en Kaptagat, destino del Toyota que conducía Kelvin Kiptum, que terminó estampado contra un árbol, cayendo después a una zanja. Falleció en el acto, como su entrenador Gervais Hakizimana, el ruandés que en sus años mozos de atleta miraba hacia atrás para comprobar si ese niño molesto de 9 años, pastor de ovejas y cabras, seguía detrás en las cuestas. Con 15 ya lo superaba, así que optó por la mejor decisión: pulir a la joya que tenía entre manos y que, sí, era Kiptum.

Y, de repente, se ha ido, provocando un terremoto y dejando un vacío sin molde que encaje. Porque apareció de la misma manera, boom: tres maratones (Valencia, Londres y Chicago) con dos marcas increíbles (2:01.53 y 2:01.25) y un récord mundial (2:00.35) fronterizo con el Everest, las dos horas. Kiptum revolucionó los férreos dogmas de una carrera que hasta entonces solo aceptaba veteranos en su cima y que establecía que  la clave de un buen maratón era hacer una gran primera media. Él no, reventaba a los rivales en el segundo parcial, volaba cuando el resto sobrevivía.

Nadie supo dar explicación al fenómeno más allá de la eterna sospecha dopante y una tecnología de láminas y compuestos llegados del futuro, como él. Hakizimana puso cifras, una salvajada semanal de 250-300 kilómetros, y muchos sentimientos: "Su deseo de salir de la pobreza".

Todo había quedado diseñado para un 2024 inolvidable con dos fechas marcadas: el 14 de abril, en Rotterdam, Kiptum buscaría la hazaña para la que estaba predestinado, correr por debajo de las dos horas esos 42 kilómetros y pico. Y el 10 de agosto, en París, la maratón olímpica contra Eliud Kipchoge, el gran duelo de los Juegos, la gran carrera que nos ha sido arrebatada en una carretera de Kenia, donde el mejor maratoniano del mundo se dejó la vida, honrada ahora a diario por todos los compañeros que lo recordarán, zancada a zancada, corriendo sobre su huella. Y mientras, las crónicas se acaban dejándose tantas cosas por decir.

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