Rafa Nadal, del Tártaro al Olimpo en cinco meses en los que la retirada rondó su cabeza

Rafa Nadal en muletas y celebrando el Open de Australia cinco meses después
Rafa Nadal en muletas y celebrando el Open de Australia cinco meses después
IG @RafaelNadal / EFE
Rafa Nadal en muletas y celebrando el Open de Australia cinco meses después

Cuando Rafa Nadal recuerde dentro de unos años el día que conquistó su 21º Grand Slam, posiblemente lo haga con una sonrisa. No por las cinco horas y cuarto que tardó, o por detalles como el de levantar un 2-0 en contra o ni siquiera por el susto de la espontánea que les interrumpió a él y a Daniil Medvedev. Lo hará porque fue el portazo definitivo a muchos meses de sufrimiento.

La carrera de Nadal tiene más pasado que futuro. A sus 35 años, Nadal ya no oculta que convive con dolor por culpa del sindrome de Weiss-Muller, esa enfermedad sin solución que le ha machacado el tobillo. Irónicamente, es jugar al tenis y mantenerse a un nivel de competitividad sin igual lo que le permite olvidarse del dolor.

Nadal llegó a este Open de Australia sobre la bocina. Ni él mismo sabía si iba a poder jugar cuando acabó 2021, se apuntó primero al Melbourne Summer Set para probarse y al ver que las sensaciones le acompañaban, confirmó su asalto al primer Grand Slam del año. El culebrón Djokovic lo tapó casi todo y, hasta cierto punto, le quitó presión a un Nadal que sabía que nadie le iba a exigir nada. Y menos cuando, después de cinco meses sin jugar, se veía como uno de los afectados por el Covid.

Lesión, contagio y el miedo a una retirada

Toda leyenda es susceptible de caer a un pozo. Hay innumerables casos en la historia del deporte que no supieron retirarse a tiempo o que lo hicieron por la puerta de atrás. Un ejemplo más que claro es el de Valentino Rossi.

Pero también ha habido muchos que se fueron no por elección sino empujados. La lesión de Nadal convierte cada partido en un infierno que supera a base de resiliencia y redaños, a veces más lo segundo que lo primero. El manacorense se ha construido un castillo mental en el que se sostiene para no sucumbir al dolor. Sus obsesivas costumbres en la pista le sirven para que su estabilidad psicológica se convierta en un arma pero también en un escudo contra ese gran enemigo.

Por eso, el contagio de Covid que tuvo en diciembre (con el rey emérito Juan Carlos como testigo de primera mano) fue un golpe muy serio. Después de cinco meses lesionado, cuando ya veía la luz, el virus que ha cambiado la vida de toda una generación también posaba sus garras sobre él. La frase empezó a posarse en el fondo de su mente: ¿merecía la pena seguir? Quizá, un último baile...

"Tres días antes de salir (hacia Australia), llamó a mi hijo para entrenar y no sabía si podía viajar... Viajó más por ganas de competir que por convencimiento de hacerlo bien, y ahora está con el trofeo en sus manos", confesaba Toni Nadal, su exentrenador y uno de los grandes responsables de que Rafa esté donde está, en Eurosport

Y es que lo que diferencia a Nadal de muchos otros deportistas es, precisamente, las ganas que le echa. En la final de Australia, Medvedev lo sufrió: le tuvo contra las cuerdas, y llegó a ponerle dos sets y dos puntos por debajo... pero Nadal quería ganar. Y contra una voluntad inquebrantable no hay ilusiones que hacerse, lesiones que lo frenen, o edad que le jubile. 

Queda por ver lo que le queda a Nadal de carrera, pero a quien lo da todo no se le puede exigir más. Y el hombre con más títulos de Grand Slam de la historia ha cumplido con creces con todo lo exigible y más. Se ha ganado el derecho a decidir cuando, cómo y dónde irse.

Nadal ya es el más grande de la historia.
Nadal ya es el más grande de la historia.
Carlos Gámez
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