Primero está Gandhi, y luego viene Juanjo

  • "La fe no se mueve a nuestro gusto", dice Juan José Cortes, el padre de Mari Luz, la niña asesinada en Huelva.
  • Su mesura ha impedido que la familia se tome la justicia por su mano.
  • "Por mí iba a por Santiago del Valle y lo mataba", dice un tío de la niña.
  • "Soñé que ella me sonreía".
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Los padres de Mari Luz y una imagen de la pequeña asesinada. (ARCHIVO)
Los padres de Mari Luz y una imagen de la pequeña asesinada. (ARCHIVO)
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Los padres de Mari Luz y una imagen de la pequeña asesinada. (ARCHIVO)
"A Mari Luz se la llevó volando un águila". Ojalá no hubiese sido una broma telefónica de las muchas que recibió la familia Cortés Suárez en los móviles durante estos casi dos meses de lágrimas y angustia.

Ojalá la llamada fuese cierta y Mari Luz (5 años, falda plisada vaquera, jersey fucsia con las mallas a juego, botas blancas) estuviese en un nido de águila y no en los muelles cenagosos del puerto petrolero de Huelva, donde el 7 de marzo apareció el cadáver de la niña. Estaba dentro de una bolsa de plástico, con una costilla rota, un golpe en la frente y muerta por asfixia en los dos días siguientes a su desaparición, el 13 de enero.

En el punto de mira

Juan José Cortés, el padre, tiene 38 años y el porte noble de los hombres que nunca levantan la voz. Ni siquiera con una hija, víctima de un depredador sexual, metida en una fosa. Sus cuatro hermanos -Diego, Antonia y Francisco Valentín- alucinan con él. En estos dos meses y medio le han visto cargar con todo y tragárselo. No para guisar una venganza a fuego lento, no. Juanjo, como todos le llaman en la familia, no es de esos.

"Lo he pensado mucho estos días y creo que primero está Ghandi y después viene Juanjo", dice Diego, que cumple 36 años el domingo que viene y vive un piso por debajo de su hermano. Por respeto, por esa militante e inflexible devoción a la "espiral familiar", como él llama al sentido de clan de los gitanos, Diego, "bastante menos ‘santo' que Juanjo", no se ha tomado la justicia por su mano.

Impune pederasta

"Me debo a un sometimiento a mi hermano mayor. Si él dice que es blanco, es blanco. Ese respeto ha sido el impedimento para que yo no actúe. Por mí, lo mataría. Iba a por él y lo mataba", dice alto y claro sobre Santiago del Valle, el impune pederasta que campó a sus anchas por varias provincias españolas desde 2001. Nunca pisó la cárcel pese a estar implicado en cinco procedimientos judiciales por abusos sexuales a niñas.

Me debo a un sometimiento a mi hermano mayor. Por mí, lo mataría. Iba a por él y lo mataba

Con el tono profundo que ha sacudido al país entero, sin perder las formas, Juan José contesta con una sola palabra cuando se le pregunta cómo se siente. "Sorprendido. Trato de entender y dejar que pase el tiempo, pero sé que nunca más volveré a ser el que era". Cámbiame, Señor, hazme fiel / Eres el alfarero, yo soy el barro, dice uno de los himnos de la Iglesia de Filadelfia, la doctrina evangelista en la que Cortés ejerce como pastor desde hace años. Es uno de los 200.000 gitanos españoles que han decidido entregarse a esta confesión pentecostalista, a la que popularmente se conoce, no siempre con el respeto debido, como Los Aleluyas.

Sus creencias

¿Sirve la fe para esconderse, para refugiarse? Juan José lo niega: "Las cosas pasan y cuando uno acepta la fe que profesa es imposible volver atrás. La fe no se mueve a nuestro gusto y mis creencias nunca han sido un refugio en estos días de tanto dolor. Son una realidad, algo que está por encima de mí".

Las cosas pasan y cuando uno acepta la fe que profesa es imposible volver atrás. Mis creencias nunca han sido un refugio en estos días de tanto dolor

Diego Cortés, descreído y doliente ("A mí que nadie me hable de Dios") cree que su hermano va por el mundo, incluso en estos días opacos, con el paso formidable de los especiales. "
Aunque Dios no existiese tendrían que inventar un cielo para mi hermano. Me pregunto una y otra vez quién le da a este hombre el control y la mesura para impedirnos, con su dolor por delante, que nos busquemos una ruina tomándonos la justicia por nuestra mano".

Una infancia feliz

Pero se equivoca quien piense que hablamos de un beato alejado del asfalto y con los pies en el cielo. Criado en El Muro, un suburbio de chabolas y casuchas de la barriada onubense de Navidad, Cortés se confiesa propietario de "una infancia feliz, con mucha libertad y en un ambiente en el que...", y aquí se detiene para tomar aire, "no ocurrían cosas extrañas en la calles".

Bregó con la vida desde chico. Se le daba bien la mecánica, que estudió en un centro de Formación Profesional, pero tuvo que ayudar pronto a su madre en la venta ambulante de ropa porque el padre hacía turnos de 9 meses en la marina. El mercadeo aún es lo suyo, aunque ha encontrado tiempo para entrenar a futbolistas (los juveniles del Recretivo de Huelva y últimamente los del Pinzón, de una liga regional), oficiar como pastor y militar en el PSOE.

Ideología desgastada

La ideología la lleva bastante desgastada ahora, tras esperar en vano que alguien encontrase viva a Mari Luz y enterarse de que Del Valle debería estar en la cárcel de no ser por la impericia y desidia de los jueces y sus superiores. "En las cosas se puede creer parcial o totalmente. En mi fe creo totalmente. Hubo un tiempo en que creía que el socialismo era quien debía velar por nuestra seguridad. Ahora sólo lo creo parcialmente".

La mujer de Juan José no está para hablar. Se llama Irene Suárez y lleva peor el dolor. Está tomando tranquilizantes y la cuidan con mimo algunos de los muchos familiares (los Cortés son una saga de 200 personas sólo en Huelva) que se acercan a la casa del barrio El Torrejón (1.500 viviendas sociales y 7.000 vecinos), al noroeste de la ciudad.

Intenso dolor

Dicen que Irene no puede sacudirse el sentimiento de culpa, porque fue ella quien dejó a Mari Luz bajar sola al quiosco, como otras tantas veces, a comprar unas chucherías el domingo 13 de enero, a eso de las cinco de la tarde. Fue en el puesto donde vieron a la cría por última vez. El otro hijo del matrimonio, Juan José, de 13 años, no habla demasiado y los padres no quieren forzar la salida de las emociones. "Preferimos no hurgar en su interior y que él encuentre la forma de ir sanando la herida poco a poco. El tiempo hará lo demás", dice Juan José.

Cuando está solo, en las noches en que las pastillas le ayudan a caer en el sueño, el padre de Mari Luz recibe la mejor de la visitas. Mari Luz ("la niña más dulce y tierna de la Tierra") ha venido a verle dos veces. En la primera, la cría corría y se le echaba al cuello. "No pasa nada, no pasa nada", le decía. En la segunda, los detalles eran más claros: "Fue un sueño muy bonito. Yo llevaba a arreglar sus botas favoritas, unas de color rosa que le quedaban grandes y estaban rotas de tanto como se las ponía. Cuando se las traía ya reparadas ella se me echaba al cuello de lo contenta que estaba. Me gratificaba con una sonrisa".

Ave de presa

Los mapas de carreteras de este caso parecen estar escritos por una mano torcida. El marco para la tragedia tiene una nomenclatura floral. La casa de la familia Cortés Suárez está en la plaza de la Rosa, entre la calle de la Margarita y la avenida de las Flores, donde vivía el acusado de secuestrar y matar a Mari Luz. No era un águila, sino un ave de presa.

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