"No puedo disfrutar haciendo fotografías de un desahucio"

  • El fotoperiodista de AP Andrés Kudacki es finalista del Premio Internacional de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña, con los desahucios como temática.
  • "Sé que hay fotos que pueden cambiar cosas. En ese momento tienes que salir de tu interés personal, de tu comodidad, y hacerla".
  • Sus problemas con la policía le han llevado a un juicio en el que piden de dos a cuatro años de cárcel: "Hay gente que te odia y te lo hace saber fuertemente".
  • Es el autor de la foto que cambió la vida a Carmen, la anciana de Vallecas: "En ese momento cierras el círculo, porque el objetivo es que la sociedad responda".
Carmen Martínez, la mujer desahuciada en Vallecas.
Carmen Martínez, la mujer desahuciada en Vallecas.
Andrés Kudacki/ AP / GTRES
Carmen Martínez, la mujer desahuciada en Vallecas.

El desahucio se coló en la sociedad española de forma abrupta, persiguiendo a diario a miles de familias expropiadas. Ante la necesidad de contar ese drama nació el deseo de Andrés Kudacki de retratar, documentar y humanizar. Una aspiración golpeada en centenares de ocasiones y saciada solo con Carmen, de 85 años, despojada de su casa de Vallecas pero rescatada por el impacto de su fotografía. "No puedo disfrutar haciendo fotografías de un desahucio, pero sí haciendo algo que la sociedad valora y por lo que reacciona", explica el fotoperiodista. Pasarán los años, pasará la crisis, y solo quedarán traumas. Y la fotografía. La fotografía como prueba incontestable de lo que durante años sucedió.

"Era una manera de contar la crisis financiera, porque cuando te metes en una casa, además de la pérdida de una vivienda, cuentas desempleo, burbuja, hipoteca, enfermedad, infancia... El 'challenge' es elegir un tema y fotografiar hasta que quedes exhausto". Una idea materializada durante más de dos años de trabajo reconocido ahora como primer finalista en el Premio Internacional de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña, de Médicos del Mundo.

Kudacki (Buenos Aires, 1974) nació en la dictadura argentina, donde la violencia no era excepcional y vivían "desde chicos" las problemáticas sociales. Los robos eran frecuentes, había mucha gente armada, y sufrió "violencia familiar". Era difícil que no le interesasen la política y los temas sociales, imposible que no utilizara la fotografía como herramienta para mostrarlo. "El trabajo del fotoperiodista va por ahí, por tratar de humanizar a la sociedad".

El mismo día de esta entrevista, Kudacki no ha dormido para certificar el drama de una familia a cuyos niños no les dejaban hacer gimnasia en el colegio por no tener ropa adecuada. Lleva cientos de días así, forzando el cuerpo, sin descansar. "Debes tener disciplina, a veces durmiendo una o dos horas, a veces durmiendo en casa del afectado. Te pasa factura físicamente, sientes que hay algo en tu cuerpo que está mal". El sacrificio es voluntario. "No tengo la obligación de hacer esto, porque no me va a remunerar nada extra. Si ese día me quedo en casa nadie me va a decir nada". Pero elige dejar a su pareja en casa, irse al desahucio a las 4.30 o 5 de la mañana, no desayunar y dormir mal. "Podría estar sentado en el sofá, pero como fotoperiodista sabes que es importante, que va a contar muchísimo, que no solo va a ayudar a la sociedad a ver esa problemática sino a la representación de muchas otras. Sabes cuáles son las fotos que pueden cambiar cosas, y en ese momento tienes que salir de tu interés personal, de tu comodidad, y hacerla".

Decía Susan Sontag que la cámara no viola y no es capaz de poseer. Pero sí que puede atreverse, entrometerse, invadir, distorsionar. "En el extremo de la metáfora, asesinar". Consciente de esa capacidad, Kudacki tiene un método de trabajo minucioso y respetuoso. "'Tenés' que tener sensibilidad, saber dónde estás, saber comportarte, saber adaptarte, ver el contexto. Tienen que confiar en vos, creer en vos, para que te puedan abrir la puerta. Muchas veces trabajas con menores, con situaciones de vulnerabilidad extrema, con minorías, con personas que a veces están al borde del suicidio. No tengo que ser parte de la historia. Trato de no involucrarme y si veo que puedo perturbar, no insisto, porque si perturbas con tu cámara, lo que consigues es modificar la realidad".

El desahucio sigue un patrón. El afectado espera prensa, la necesita. Está desprotegido y quiere contar lo que está pasando. "Tienen muy claro que la foto puede no salir o acabar en el New York Times". Una vez dentro, ve y documenta. Sin aditivos. Las ideas siempre se quedan en la puerta. "Ni voy a hacer quedar mal a un policía ni a un activista". Es entonces cuando el fotoperiodista apela a la honestidad, que para algunos no resta ni un mínimo de enemistad. "Eso es porque la sociedad muchas veces no entiende el trabajo de la prensa", lamenta. "Los activistas tienen claro que no estoy ahí para ayudar. Igual con la policía. Es una decisión política y no les gusta salir en esa situación, pero es su trabajo. Después cada uno interpreta las cosas, pero a mí no me condiciona nadie e intento no condicionarme con mi opinión. Quien tiene que intervenir es la sociedad". Para que eso suceda necesita impacto, que casi siempre pasa por la belleza. "No la buscas, pero necesitas la técnica para que sea potente".

Para conceder ese papel a la sociedad, explica, hay que recordar que el periodismo está en el primer plano y los deseos en el segundo. "Tienes que hacer algo relevante para que la sociedad se levante y vea que hay una problemática más grande". Para eso es necesario abstraerse incluso en el desahucio de un familiar. "Conociéndome, podría hacerlo. Tengo demasiado interiorizada esa ética de no tomar parte, en ese sentido soy bastante radical, pero lo haría evidentemente si no pudiera ayudar de otra forma. Tendría que ver cada caso. El límite entre dejar una cámara o no lo marca una situación extrema, de vida o muerte", añade. "Luego pienso que si un día tengo un hijo seguramente cubriría el parto".

El trabajo de Andrés no termina en los desahucios. De hecho empieza ahí. A diario cubre temas de la agencia, todo tipo de eventos, incluso fútbol, donde se considera "muy bueno", pero exento de aliciente. "No me motiva fotografiarlo. Es entretenimiento, y está bien. Hay que despejar la cabeza. Lo que no me cierra es cuando ves que un jugador es un héroe, cuando hay una actividad atlética que desemboca con un balón dentro de una red y se ve como un acto heroico. Me asusta. Estaría bien que la gente se preocupe mucho más cuando hay derechos básicos vulnerados".

El fotoperiodista como enemigo

Desahucio

Un agente de la Policía entra en la casa de Isabel Rodríguez, cuya puerta estaba bloqueada por muebles. Desahucio de septiembre de 2013.

Los fotógrafos son contemplados desde la autoridad que proporcionan el gusto y la moral. Y ambos son tan subjetivos que les convierten en blanco fácil. "En una manifestación quedé en medio de policías y manifestantes y me caí. En el piso me patearon la cámara, la boca, me pisaron la cabeza varias veces, me rompieron el labio, me rompieron el lente... Nadie me ayudó a levantarme. Me levanté y seguí con mi trabajo, no hice denuncia ni me quedó rabia", recuerda. "Si después me toca documentar sobre quien me hizo algo lo haré de la manera más honesta. Si siento que voy a tratar de influenciar, voy a otro tema".

Las represalias por su trabajo pasaron de golpes a acusaciones el 31 de enero de 2014, una fecha en la que vivió uno de los desahucios más duros... que terminó con una petición de dos a cuatro años de cárcel para él. Estaba en Lavapiés, donde un enfermo crónico, Antonio, estaba totalmente abatido físicamente. "Era vulnerable, estaba muy, muy mal. Muy mal. Creo que fue el desahucio donde vi la persona en peores condiciones físicas. Apenas se podía mantener parado, tenía las piernas llenas de heridas".

Como es habitual, la policía acordonó la zona a 200 metros a la redonda, pero dejó ingresar a una activista para negociar. "Hubo una discusión, y cuando subió de tono y la policía empezó a gritar que iba a entrar me volví hacia la puerta. En un minuto la tiraron abajo. ¡Pam! Hice las fotos, bajé la cámara y me pegaron con el escudo. Me revisaron, me giraron, y me dijeron que iba a quedar detenido porque tenía que haber salido de la casa voluntariamente. No tenía sentido". Estuvo en un calabozo diez horas hasta que los abogados le pudieron sacar. Le acusaron de desobediencia y resistencia a la autoridad, una situación que olvida cuando entra a otro desahucio. "Nunca pienso en el juicio", repite una y otra vez con contundencia. "No tengo miedo a nada, o a muy pocas cosas. Desde chico viví una dictadura. Por ahí viniendo de Argentina he vivido violencia extrema en mi infancia. Por eso sé qué vive un chico en una situación extrema y sé hasta dónde va. Con pocos años entró la policía a secuestrar a casa de mis abuelos. A mí me escondieron y por eso estoy acá, vivo. No tuve miedo, menos miedo voy a tener ahora".

La valentía le llevó a dejar su trabajo en Argentina para emigrar a Europa y trasladar su talento con la cámara a Dinamarca, Suecia e Inglaterra. Hasta llegar a España, país en el que más problemas ha encontrado. "Está más complicado. Cuando no le gustas a alguien, te pasa factura. De alguna forma siento que me va a pasar factura. Hay gente que ves que te odia fuertemente. Y te lo hace saber. Pero no puedo usar mi trabajo para vengarme. Lo voy a tratar con el mismo respeto aunque me haya hecho veinte".

Dos imágenes de gran repercusión

Carmen, de 85 años, desahuciada en Vallecas en 2014.

Carmen había avalado a su hijo con un préstamo de 70.000 euros y perdió la casa. Andrés Kudacki cambió su destino. Su foto movilizó a la sociedad, que respondió ayudándole económicamente. "La imagen impacta una vez que lees quién es y qué le está pasando". Se convirtió en el trabajo con el que sintió más satisfacción. "Cuando pasa algo así, se cierra el ciclo. Tu objetivo es que la fotografía llegue y que la sociedad responda. Es lo máximo a lo que puedes aspirar. Me interesa que se hable de ello, que la sociedad reaccione. No digo cuál debe ser la reacción. Yo hago una ventana y tú te metes en la problemática. Si no está la fotografía es como mantener la persiana bajada, no hay nada. Y por eso es importante que estemos en esos lugares, porque cambiamos cosas. Sabía que esa foto iba a tener repercusión".

Desahucio

Efrén, de 68 años, tapa a su nieta tras pasar la primera noche en la calle por su desahucio, producido en Madrid en septiembre de 2013.

La familia vive su primera noche tras el desahucio. Los colchones están en la calle, pegados a la que ha sido su casa, como si tuvieran una sensación de pertenencia, como si el dolor fuera menor por estar ahí. Andrés decidió ir a la mañana siguiente a ver cómo habían sido las primeras horas. "Era importante observar qué pasó después de un desahucio superduro, donde los activistas salieron con sensación de derrota". Cuando llegó se estaban despertando. "Vi que podía hacer una fotografía cenital desde el segundo piso, desde donde se veía la casa armada pero a la intemperie. En la calle, pero al lado de la casa. La nena estaba remoloneando y seguramente no habría dormido bien. El abuelo la tapó como para que siga durmiendo. Fue una imagen bastante icónica, porque representaba mucho y nunca se había hecho. También fui consciente de que funcionaría".

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