"La puerta de Gran Hermano se abre para recibir a...". Hay frases que con sólo escucharlas te llevan a gloriosas entonaciones de épocas doradas de la tele. No es casual, por tanto, que los reality show repitan liturgias dialécticas y visuales que la gente termina sabiendo de memoria. Incluso repitiendo en su vida cotidiana en modo coletilla. Un truco que otorga más identidad al programa y, a la vez, más épica a su emisión.
Pero este año GH ha querido evolucionar los ritos. Y bien que hace, que el mundo cambia. Poco, pero cambia. El plató ya no tiene una gran puerta central por donde aparecen con entusiasmo los concursantes y presentadores. Ahora es una trampilla. Sí, Marta Flich surge de debajo de una baldosa. Como si una alcantarilla se abriera, de repente. Entonces, un elevador empieza a subir a la superheroína sonriente hasta las alturas del estudio 6 de Telecinco, contigo siempre.
Este alarde técnico tiene la fuerza del suspense y se agradece la innovación, aunque no es práctico para la emoción en primer plano que demanda la efervescencia de la tele-realidad. Visto el artefacto un día, visto todos. La gracia de la intriga de que se abre el suelo se pierde a la segunda semana y el lento artilugio no permite a los protagonistas transmitir bien su expresividad, justo en el instante en el que se encuentran con el chute del aplauso de reencuentro con el público, amigos y familia. Tienen que estar quietecitos para no sufrir un accidente y, después, intentar no desplomarse descendiendo una pindia escalera encajada a capón en el ajustado espacio del plató. Resultado: este tipo de aparición estelar ralentiza el contenido que requiere el show.
Un buen decorado, de un programa o de una sitcom, debe tener diseñadas varias entradas de personajes, que sean eficaces a la hora de favorecer las tramas a tono con la historia a narrar. Lugares por donde irrumpir con una buena presentación o, también, asomar inesperadamente. En un espectáculo en directo como GH esas puertas necesitan combinar, además, fantasía y practicidad. Es importante crear un grado de ensoñación en la audiencia, pero también es crucial el protagonista pueda entrar sin obstáculos y que las cámaras puedan captar la intensidad del momento al instante. La trampilla no tiene un porqué detrás. No hay un cambio de vestuario, no viene de ningún sitio y encima su efectismo dificulta mostrar con cercanía a un expulsado descubriendo el plató, ya que está más pendiente de cómo escapar del aparato sin caerse que de mirar a sus seres queridos. Y GH va de acercar no de alejar.
Comentarios