Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El regreso de Gonzo al acoso que ni siquiera sabíamos que sufríamos

Qué importantes son las palabras. Pueden servir para visibilizar y despertar conciencias. O pueden servir para azuzar daño.
Gonzo en su colegio de Vigo
Gonzo en su colegio de Vigo
Atresmedia
Gonzo en su colegio de Vigo

Gonzo marchándose por la calle adelante. Hacia algún lugar. Así termina un Salvados que supone un comienzo. El programa de La Sexta vuelve a su esencia que enfiló con Jordi Évole colocando a su propio guía, Fernando González González, Gonzo, en el epicentro de la historia. Porque el periodismo también es saber ser honesto cuando la implicación con lo que estás narrando va contigo desde niño.

El periodista se reencuentra con sus compañeros y maestra del colegio en el que estudió en Vigo, que está en la lista de centros de educación en los que se sufrieron abusos sexuales que no se comentaban porque, algunos, creyeron que lo que no se habla no existeSalvados quebranta el silencio. Lo hace con entrevistas curtidas en la sensibilidad del primer plano. Sin necesidad de recreaciones morbosas. Sin necesidad de enfocar imágenes dolorosas. El programa no precisa enseñar con literalidad la imagen del escalofrío para tratar con sinceridad de dónde venimos, cómo éramos y qué difícil es encontrar la salida al laberinto de un problema, que son muchos problemas. Aunque, ahora, al menos, ya tenemos bien claro que el progreso pasa por poner nombre propio a las realidades.

Resuena en los ecos del programa aquella frase de "algo harías" cuando se culpabilizaba a la víctima como justificación a cualquier agresión física o dialéctica. Se normalizaba la violencia en sus múltiples variables en aquellos colegios de la España de "la letra con la sangre entra". No sabíamos lo que era el acoso. No tenía denominación. No tenía nombre. El término 'bullying' vino mucho después.

Qué importantes son las palabras. Pueden servir para visibilizar y despertar conciencias. O pueden servir para azuzar daño. En aquellos colegios estaba naturalizado el insulto físico, el mote dañino: "gordo, elefante, vete de clase. Y el resto de la clase riéndose". Lo recuerda el propio Gonzo. Así le llamaba un profesor ante la carcajada de sus compañeros de clase. No se lo ha quitado del pensamiento. "Cuando me veo en la tele y veo que he hecho una mala pregunta o que el programa no está bien o que hay algunas críticas, de lo primero que se me viene a la cabeza es la imagen de aquel profesor disfrutando en su casa", explica el periodista dando con una de las claves que se repiten en personas que sufren la dañina mofa normalizada: las víctimas recuerdan toda la vida a aquellos que probablemente ya les han olvidado. Porque ni siquiera percibieron que aquello estaba mal. Era "lo normal". No perturbaba la violencia física, menos aún la dialéctica, claro, en una cultura vinculada al sufrimiento como forma de crecer. Y si no éramos capaces de ver lo visible, la atrocidad se escondía tras la opacidad de las puertas. 

Los abusos sexuales escolares se parapetaban con ayuda de otra frase hecha aceptada y vitoreada por toda una cultura social: "los trapos sucios se lavan en casa".  Algunos la siguen repitiendo. "No me di cuenta hasta muchos años después de que aquello era un abuso sexual", reconoce a su maestra Gonzo tras recordar el pasaje de un compañero que sufrió abusos por parte de un enfermero del colegio y regresó a clase llorando con sus manos en alto: "durante mucho tiempo fue un tema de risas entre niños". No había referentes, sólo mofas. No encontrábamos las palabras para entender qué estaba pasando, pero sí teníamos víctimas que se sentían culpables y solas. Solas con el silencio.

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