Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Raquel Sánchez Silva y la magia de lograr emocionar imitando a John Travolta

Raquel Sánchez Silva imitando a John Travolta en 'Tu cara me suena'.
Raquel Sánchez Silva imitando a John Travolta en 'Tu cara me suena'.
Atresmedia
Raquel Sánchez Silva imitando a John Travolta en 'Tu cara me suena'.

Grease siempre fue una película de época, un musical de mitificación de un tiempo pasado. Se estrenó en 1978, aunque concurría en la adolescencia del curso 1958-1959. Cuando la cultura del automóvil explosionaba y los atascos transmitían modernidad, cuando la gomina se agotaba y la guerra de sexos sonaba a progreso, cuando los jóvenes ya no se conformaban con tener ídolos: querían ser ellos mismos las estrellas.

La historia de amor de Sandy Olsson y Danny Zuko llegó envuelta para regalo con unas canciones, unos looks y una arquitectura de neón que envejece muy bien con el paso de las décadas. Porque nos lleva a la ensoñación del aspiracional flechazo romántico que jamás tendrá fecha de caducidad a la vez que nos magnetiza del glamour de una sociedad sintiendo el rock and roll del punto de inflexión tecnológico y social de la mitad del siglo XX.  

El baile, los himnos musicales y la alegría de la edad en la que te crees que eres infinito provoca una película que se ha imitado muchas veces, pero que no tantas se imita bien. Más aún cuando una mujer hace de Travolta. Entonces, la parodia puede arrasar con la emoción. En cambio, Raquel Sánchez Silva ha imitado a Danny Zuck cantando a su Sandy en Tu cara me suena y, de repente, hemos regresado a aquel autocine. Autocine al que ninguno de nosotros jamás fuimos y, sin embargo, sentimos que estuvimos alguna vez allí.

La realización visual del programa, a cargo de Rut Boixader desde esta temporada (se nota su autoría, que supone una renovación interesante en la modernización del formato de Gestmusic y Antena 3), maneja con sensibilidad los detalles para atraparnos. Cómo se presenta el personaje en su intimidad a contraluz en una esquina de la escenografía, cómo se va encontrando con el público, cómo aparece en el fondo Manel Fuentes mirando la actuación en el discreto lugar que ocupa en la grada entre número o número, cómo la mesa del jurado se ha convertido en dos coches de visita al autocine, cómo el contraluz del proyector marca el apoteosis de la silueta de Danny Zuko, cómo Raquel Sánchez Silva aguanta el primer plano que resume la emoción en televisión. La emoción traspasa, la emoción es más transparente en la televisión que mima tantos matices.

Sánchez Silva quizá no tiene la mejor voz. Pero atesora el oficio de la tele que ha aprendido que el espectáculo del entretenimiento es una cosa muy seria. Sandy no podía cantarse sólo en modo parodia, Sandy nos dejaba pegados a la pantalla si removía nuestros sentimientos. Así ha sido, con esa combinación de fantasía, enamoramiento y recuerdos de otros tiempos más despreocupados. Tiempos que no volverán, pero que la tele nos permite revivir con la imaginación hecha alegría.

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