Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Por qué 'Bake Off' se hace más bola que 'Masterchef'

Bake Off se ha realizado ya tres veces en la televisión en España. Primero en Cuatro, después en Prime Video y, ahora, en TVE. Y siempre parece que es nuevo. Aunque todo lo hayamos visto antes.
Bake Off
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Bake Off se ha realizado ya tres veces en la televisión en España. Primero en Cuatro, después en Prime Video y, ahora, en TVE. Y siempre parece que es nuevo. Aunque todo lo hayamos visto antes. Será porque es un concurso fácil de olvidar. Degustación inmediata que se deshace más rápido que la nata montada en un chocolate caliente. 

¿Por qué MasterChef tira y a Bake Off le cuesta más? Algunos dirán porque Masterchef es más polémico, hay más enfado mientras que Bake Off busca la convivencia de algodón de azúcar. Pero, en realidad, todos estamos agotados ya de la pelea por la pelea. Hasta en eso estamos inmunes, mediáticamente hablando. Nos hemos peleado tanto estos años detrás de las pantallas que ya ni eso motiva el morbo colectivo. Preferimos empatizar con las emociones de los participantes y las carcajadas de complicidad.

El problema de Bake Off es que no aguanta dos horas y media de televisión. Es un espacio que puede ocupar un placer culpable de sesenta minutos, pero no da más de sí. En Masterchef cocinan diversidad de platos y, cada semana, viajan a un espectacular exterior. La duración del programa se enriquece con diversos grados de descubrimiento, en guisos y en lugares que, además, el espectador puede conocer o tener ganas de visitar. En cambio, Bake Off ocurre al completo en la monotonía de la misma carpa. La realización del talent intenta suplir esta carencia con astutos planos de contexto del lugar, muy verde fuera, muy amarillo dentro. Sin embargo, la realidad es que el programa está atrapado en una tienda de campaña. Muy luminosa, pero también muy limitada. Y encima sólo realizan dos postres por emisión. Si ya de por sí centrarse en dulces limita el interés del público, se hace muy largo rellenar dos horas con sólo dos pruebas hace con un eterno veredicto de los jueces.

Por suerte, está Yolanda Ramos que rebaja la intensidad con su corrosión cómica. Terrenaliza el show, pues sus ironías son prácticas para la vida de todos. Primero despiertan una evasiva carcajada instantánea. Después, dejan un regustillo que, a veces, provoca una reflexión posterior útil sobre relativizar lo que parece importante pero no lo es.

El casting de este Bake Off es otra de las fortalezas y a la vez debilidades del concurso. Los concursantes de los talents show se van repitiendo tanto que el espectador intuye que ya saben lo que va a pasar. Aunque no tenga ni idea de lo que pasará. Hemos visto a unos cuantos en otros formatos similares. De hecho, algunos de Bake Off ya han pisado MasterChef. Esa sensación de deja vu es constante y una de las claves de la crisis de la televisión actual. Justo en el instante en el que el espectador tiene menos paciencia al estar rodeado de impactos audiovisuales en la multipantalla que nos rodea, la televisión transmite menos verdad. Todo parece demasiado fácil de prever. Todo huele mercenario. Quizá porque todo sigue patrones muy cerrados que, supuestamente, facilitan el éxito en una televisión con demasiados miedos interiorizados. Cuando la base del prime time es atreverse a la creatividad que intenta romper con lo de siempre para poder seguir creciendo. Porque la base del entretenimiento es la sorpresa espontánea, donde es esencial transmitir que lo que pasa en el juego importa a sus protagonistas. Aunque se lo tomen con humor.

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