Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El horror de la disputa por quién tiene el árbol de Navidad más grande

La aglomeración como sinónimo de éxito, aunque sólo nos deje aturdidos.
El árbol de Navidad de Cartes, Cantabria, es el más alto de España.
El árbol de Navidad de Cartes, Cantabria, es el más alto de España.
Europa Press
El árbol de Navidad de Cartes, Cantabria, es el más alto de España.

Quizá hoy la virilidad de algunos alcaldes se mida por el tamaño de su árbol de Navidad. El tamaño sí importa para los regidores de ciudades como Vigo o Badalona. El primero en azuzar la competición fálica fue Abel Caballero. Después, se sumaron otros. Todos repiten estos días que ellos tienen el más grande. Insisten, pues saben que la verdad importa poco. El titular queda. Aunque sea mentira.

La paradoja es que, al final, un pequeño pueblo cántabro, Cartes, se ha adelantado a las capitales de provincia mientras peleaban en sus grandilocuencias. Junto a los históricos torreones de esta villa medieval, ha ido creciendo estos meses un navideño árbol de andamios que ha pasado de 45 metros a 65 metros. Así se ha reivindicado como el más alto de Europa. Objetivo logrado. Cartes se ha puesto en el mapa. 

Aunque, más que un reclamo, la decoración navideña está mutando en una bravuconada. Ya parece no importar tanto aquella creatividad diseñada para sorprender rompiendo con la rutina de las calles y alimentando la imaginación infantil que celebra con la mayor ilusión la Navidad. Ahora lo relevante es el ego político, donde en algunos lugares las luces han perdido la coherencia de la belleza creativa para ser una ostentación sin ton ni son sin orden ni concierto. Más es más, aunque sea un popurrí inconexo de ideas y símbolos políticos. Hasta hay banderas que se disfrazan de bombillas navideñas. Aunque parezcan listas para dar la bienvenida al desfile de las fuerzas armadas.

Da la sensación que lejos quedan aquellos proyectos de ciudad que aprovechaban la Navidad para proyectar modernidad e identidad propia al mundo. Madrid lo hizo en los años de Alberto Ruiz Gallardón o Manuela Carmena. La iluminación intentaba una experiencia estética que otorgara una iconografía singular para cada paseo y que, de paso, despertara la fantasía que todos llevamos dentro. En 2023 hemos evolucionado hacia otros derroteros, más toscos. La capital de España es un batiburrillo lumínico que, tal vez, indique hacia dónde vamos. La coherencia artística no importa, sólo llenar la calle de cosas a lo loco. Lo mismo te encuentras una menina de leds gigante, que una planta de leds gigante, que la enseña nacional de leds gigante. Junto y revuelto.

Un caos de ideas que representa la sociedad abrumada, impactada y, como consecuencia, paralizada. Apabullados, nos quedamos sin demasiado margen para imaginar con la pericia de la creatividad que no necesita tener nada más grande. Pero hemos interiorizado la aglomeración como sinónimo de éxito, aunque sólo nos deje aturdidos. 

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