Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El 'Mono' Burgos, un chiste malo y la trampa de la 'cultura de la cancelación'

El Mono Burgos en el post-partido del Real Madrid - Atlético.
El Mono Burgos en una imagen de archivo
MOVISTAR
El Mono Burgos en el post-partido del Real Madrid - Atlético.

Movistar Plus ha despedido al ‘Mono’ Burgos por su broma sobre Lamine Yamal en la previa del Barça-PSG de Champions. El jugador azulgrana se puso a hacer malabares con la pelota y, entonces, el comentarista dijo que podría “terminar en un semáforo” si no le iba bien en el fútbol, en referencia a los funambulistas que realizan arte callejero en los cruces de caminos.

El comentario provocó las risas cómplices de los compañeros de la emisión, que decían incluso más que el propio chascarrillo, pero en ámbitos de las redes sociales se señaló a 'Mono' Burgos y se entendió como racismo. Lo que ha provocado la decisión inminente de Movistar Plus de prescindir de su colaborador. No han valido ni siquiera las disculpas del contertulio: "Al hacer mi comentario elegí hacer un chiste sobre la calidad y halagar las virtudes, en ningún caso fue sobre ninguna etnia ni clase social", compartió.

Son las consecuencias de la cultura de la cancelación, que se resume en que si alguien comete un grave error ya no hay segundas oportunidades. Rápida y drásticamente se pide el despido y la anulación de la visibilidad de esa persona. Sin matices, porque la forma de consumo de las redes sociales fomenta una demolición de los matices. Esos que atisban lo que es importante de lo que no. Incluso vislumbran si eres un verdugo o, en realidad, una víctima de tus propios prejuicios. Si erras ya no hay posibilidad de cambiar a los ojos de Twitter. O X. O como se llame en el futuro.

Hay líneas rojas que no se deben traspasar. Pero tampoco se debería traspasar la línea roja de caer en la decisión tomada desde el calentón de la irritación, que impide distinguir grados de gravedad de los asuntos. Porque la excitación de la indignación instantánea pueden tergiversar intenciones que, a veces, ni siquiera existieron. La convivencia también debe primar el derecho a aprender. Incluso el derecho a la reinserción. O estaremos creando una sociedad más pacata y, paradójicamente, más intolerante, en la que todos nos censuremos por miedo a que se malinterprete cualquier palabra.

Desde los propios medios de comunicación debemos aprender a leer con más astucia los debates que se abren en las redes sociales para jerarquizar con claridad entre lo esencial y lo accesorio. Aún no sabemos hacerlo del todo bien. Ya lo dijo Barack Obama: “Si tuvierais fotos de todo lo que hice en el instituto, probablemente no habría sido presidente de Estados Unidos”. "Cancelar" ya es una palabra terrible en sí misma, utilizarla para sentenciar y anular a una persona por un acto puntual dialéctico o por un comentario hecho del pasado, sin sopesar las circunstancias que lo produjeron y sin permitirle jamás la posibilidad de evolucionar, también puede ser una forma de intolerancia. Aterra pensar una sociedad pintada a tales brochazos.

Así sólo se crea la susceptibilidad de un enfrentamiento constante, que impide que algunos desaprendan los prejuicios que llevan dentro, pues sólo se creen censurados por ideología (leer más sobre ello aquí). Cuando no suele ser así. Cuando los derechos humanos son de todos. Cosas que pasan cuando, en realidad, lo más importante es sumar 'likes' dando carnés de ejemplaridad. Elegimos sentirnos superiores pidiendo cortar cabezas en lugar de alimentar la sensibilidad en las cabezas. Las cabezas ajenas, y las cabezas propias.  

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