Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Los viejos vicios de la televisión en España que ya no servirán en 2024

El cambio del modelo televisivo
Pablo Motos, en 'El Hormiguero'.
Pablo Motos, en 'El Hormiguero'.
CARLOS LÓPEZ ÁLVAREZ
Pablo Motos, en 'El Hormiguero'.

Los vicios de la televisión de los años 2000 se han quedado caducos por completo en este 2023 que hemos dejado atrás.

En 2024, ya no valdrá con estirar los programas hasta las tantas de la madrugada para inflar la cuota de pantalla. Se ha quedado caduco cebar polémicas que nunca llegan. El espectador de hoy se la sabe todas y quiere conectar con programas que no den excesivos rodeos y aporten emociones de principio a fin. Sin embargo, muchos siguen enroscados en los anzuelos de vender controversias como reclamo. Pero la audiencia ya está en otro lugar. Incluso en otros morbos.  Y hay que saber leerlos.

En 2024, la batalla ya no será entre las cadenas tradicionales. La 1, Antena 3, Telecinco, La Sexta y Cuatro pueden competir en una carrera entre ellas pero, en realidad, su reto está en demostrar su poder frente a las plataformas bajo demanda. 

Para frenar la sangría de espectadores, una de las claves pasa por volver al orden en la programación. Cada canal generalista debe definir su reconocible línea editorial y estructurar una agenda de citas claras. El tono de las franjas horarias deben ser reconocibles en el recuerdo colectivo. En la actualidad, sucede con Pasapalabra y El Hormiguero. Ambos están muy marcados en las rutinas sociales, como dos programas de duración coherente con su contenido, con identidad propia y en los que no hay ningún contenido de relleno.

La vieja televisión debe regresar a bailar con las costumbres diarias del espectador, despertando ese último regustillo de ilusión del día al pensar que "aún queda por descubrir tal programa o tal serie". 

Y los canales tradicionales cuentan a su favor que juegan con el descubrimiento en vivo y en directo. No hay que perder tiempo en un extenso catálogo para intentar encontrar algo potable. Directamente, presentan producciones estelares que se viven y se comentan en colectividad. La tele mantiene la fuerza del consumo al unísono. 

Al final, parece que el mando a distancia sigue siendo uno de los grandes inventos. El problema es que, especialmente en España, el espectador se ha desmotivado después de tantos años de unas programaciones desordenadas en las que, salvo los informativos, era raro saber a qué hora exacta empezaba o terminaba una ficción. Mejor irse al streaming, donde puedes ver cómo y cuándo quieres y, encima, la oferta no da rodeos para rellenar horas de emisión. Su duración va al grano, es concreta. Fácil de consumir y disfrutar sin interrupciones de programación que antes servían a las cadenas para rendir mejor. Ahora, en cambio, las hacen menos competitivas, ya que debilitan la influencia del sector.  

Pero qué difícil es ser relevante entre tanta oferta. Todos tenemos referentes hechos a nuestra medida con los vídeos que recibimos en el móvil que llevamos en el bolsillo y no soltamos ni para ir al baño.

¿Cómo se puede diferenciar la televisión de siempre entre tanto trajín audiovisual? Las ventanas cambian, pero nunca cambiará la mirada propia a la hora de contar historias. La televisión de siempre es complementaria a las nuevas plataformas de consumo audiovisual. Aunque también es cierto que se está quedando noqueada en una crisis de creatividad. Ahí está el problema real. Y no en Netflix, que cumple su función de videoclub global pero que pasa de puntillas por nuestra identidad propia como país. En este sentido, nunca sustituirá la labor de las cadenas locales.

Pero las cadenas de siempre han ido homogeneizando sus contenidos, despegándose de cómo habla su sociedad. No hay casi autores, hay bustos parlantes que nadie recuerda. Cuando el porvenir está en distinguirse de la marabunta de impactos audiovisuales anónimos con la elaboración con la firma de nombres propios rotundos, carismáticos y hábiles a la hora de tomar el pulso a su tiempo. Y ahí es donde las cadenas se mantienen atascadas en cierto temor. Error, la televisión de siempre sólo hará industria comercial, cultural y social regresando al origen: programas concretos, estructura de programación definida con paciencia y contenidos que no parezcan hechos con algoritmos que tutelan a personas. Esto sólo lleva a una previsible repetición y la televisión es confiar en la creatividad autoral que siempre pilla por sorpresa, mostrando con carácter aquello que nos distingue del resto y, a la vez, nos hace singularmente universales.

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