Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La revelación de Karlos Arguiñano

Cuando todas las miradas estaban enfiladas hacia los cambios de Telecinco, de repente, apareció Karlos Arguiñano.
Karlos, Joseba y Eva Arguiñano.
Karlos, Joseba y Eva Arguiñano.
Rubén Blyth
Karlos, Joseba y Eva Arguiñano.

Cuando todas las miradas estaban enfiladas hacia los cambios de Telecinco, de repente, apareció Karlos Arguiñano en Antena 3 con la escenografía más acogedora de la mañana televisiva. A veces, las grandes revelaciones surgen de la falta de expectativas. Y el chef vasco maneja muy bien la expresividad de la cotidianidad, masa madre de la complicidad con la audiencia. No necesita tirar de rimbombancias ni siquiera de discursos. Sólo hablar solo,  de preocupaciones corrientes que, al final, son las grandes motivaciones de la vida.

Así, de hecho, ha regresado: compartiendo felicidad por haber cumplido 75 años hace unos días, mientras mostraba su casa reformada. La cocina de Arguiñano ha tirado tabique y ha abierto un gran ventanal a las verdes montañas de Euskadi. La luz entra como nunca a un decorado que huele a hogar gracias a la combinación de madera y recuerdos. Detrás del cocinero, las hojas de los arbustos se mueven con el viento. Aunque la ventana tiene truco. En realidad, es una pantalla de leds de tantas. De esas que tienen todos los programas de hoy. Pero, aquí, se huye del grafismo que iguala todo y se intenta crear una iconografía propia. 

Por eso mismo, Arguiñano no se refiere a la pantalla como pantalla. Para él es "el balcón" y pide a los espectadores que envíen sus recetas familiares para verlas desde esa terraza que atiende al horizonte. Tan fundamental crear nombres propios. La teatralidad siempre tan aliada de la tele. Y Arguiñano la utiliza de siempre para que su programa no se quede en un tutorial de recetas fáciles de hacer por otros y, sobre todo, sea un acogedor punto de encuentro donde quedarte porque acompaña.

Esta semana, los fans de la televisión observábamos con curiosidad si Telecinco estrenaba modernos decorados para acoger a sus dos nuevos espacios de mañana, La mirada crítica con Ana Terradillos y Vamos a ver con Joaquín Prat. Pero la mesa y pantalla de El Programa de Ana Rosa seguía ahí en la matiné de Mediaset, como el curso pasado. Nuevos nombres, aunque mismo plató de las mañanas para que, tal vez, el espectador sienta que reconoce el lugar entre tantos cambios y, de paso, la cadena no gaste más dinero de la cuenta. 

Pero, a la vez, el estudio que ha acogido durante casi dos décadas a Ana Rosa Quintana ha ido perdiendo la esencia de ático con el que llegó a Telecinco en 2005. Ahora es otra nave espacial de pantallas y luces de leds. El set se ha ido deformando con el tiempo y se va diluyendo entre tantos canales, entre tantos contenidos homogeneizados. Ya sólo quedaba el carácter de Ana Rosa, y ya tampoco está. En los magacines (y en casi todos los géneros televisivos) han ido desapareciendo aquellas escenografías a las que aspirar porque atesoraban ideas de decoración que copiar o ambientes con los que soñar. Era una televisión bonita. 

Le decoración de los fondos ha sido sustituida por pantallas con dibujos que se mueven para dar ritmo al fondo de la imagen pero que no tienen un porqué. Son olvidables porque son intercambiables. Son fríos porque no rematan la historia a contar. Sirven para cualquier cosa. En cambio, Arguiñano sigue ahí, con su receta clásica. Pero hasta cuando sucumbe al led que tienen todos no pierde la sencillez de preferir imaginar que es un balcón a otro pantallón. 

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