Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La paradoja del caracol y el tigre en televisión

Raffaella Carrà en una de sus míticas (y coloristas) fotos de promoción de sus programas
Raffaella Carrà en una de sus míticas (y coloristas) fotos de promoción de sus programas
RAI
Raffaella Carrà en una de sus míticas (y coloristas) fotos de promoción de sus programas

Cada vez que sale un caracol en televisión baja la audiencia. En cambio, cada vez que sale un tigre prestamos atención. Somos así. Nos magnetiza el poder del superdepredador, que está encima de la cadena alimentaria. Quizá porque nos identificamos algo con él, quién sabe.

En los noventa, en los programas de la factoría de Raffaella Carrà se percataron de que si plantaban un tigre por sorpresa junto a la diva italiana, la cuota de pantalla crecía y crecía. En aquella cultura del espectáculo circense que se trasladaba con testosterona a la tele no asomaba aún la sensibilidad con los animales, tampoco con el sufrimiento de las presentadoras. 

Raffaella Carrà disgustada porque habían introducido un pequeño tigre en el plató de Hola Raffaella
Captura analógica de Raffaella Carrà disgustada porque habían introducido un pequeño tigre en el plató de Hola Raffaella
RTVE

Morbosillos todos, los espectadores acudían en masa para observar si había algún percance con el imponente animal caníbal. O, tal vez, para no perderse si directamente se zampaba a alguien en riguroso directo.

Al final, desde nuestra civilización observamos a los tigres con la mirada del exotismo. Muy diferente a los caracoles, que aparentan fragilidad.

El popular caracol se esconde. Aunque existan decenas de programas con reporteros enseñando las bondades de todos nuestros pueblos. Como mucho se guisa en salsa. Y, entonces, la audiencia se desploma. El público disfruta de animales que siente achuchables si se los puede encontrar en su cotidianidad o extravagantes por infrecuentes en nuestro entorno. 

El caracol puede ser muchas cosas, pero abrazable no es. Se escurre. Así se crea la paradoja de que preferimos ver el riesgo de un depredador en un plató y huimos de un pequeño caracol, que parece inofensivo. Aunque no lo sea. El primero transmite el espectáculo del peligro, el segundo puede mancharnos de babas. Y esto último nos da más repelús, que para finos nosotros.

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