Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Gran Hermano VIP: por qué aumenta la imagen de declive de Telecinco

Telecinco sucumbe a José Antonio Avilés, el niño que se percató que difamar histéricamente le llevaría al éxito.
José Antonio Avilés, introducido en el programa para generar polémica en una casa de GH aburrida
José Antonio Avilés, introducido en el programa para generar polémica en una casa de GH aburrida
Mediaset
José Antonio Avilés, introducido en el programa para generar polémica en una casa de GH aburrida

Telecinco quiere remozar su imagen, pero como reclamo estelar de su nueva temporada ha tirado de un formato del año 2000: Gran Hermano. ¿Qué podía salir mal? Mucho. Parece que no se quieren leer bien los síntomas de la pérdida de audiencia del canal principal de Mediaset, después del confinamiento de la pandemia. La audiencia quiere imaginación con la que descubrir nuevos mundos y romper la monotonía, no peleas que le remitan a reclusiones pasadas. Ya bastante hemos tenido con nuestras propias convivencias personales, como para engancharnos a los teatros de fans de la telerealidad.

No obstante, en su inicio, este GHVIP daba la sensación que pretendía una edición menos polémica y más familiar. Aunque les ha salido mal. Porque, claro, para eso hace falta un casting menos polémico y más familiar. El grueso del elenco de personajes encontrados y elegidos viene del fango de la tele. Con tales compañeros, pocas celebrities actuales estarían dispuestas a meterse en la casa de Guadalix de la Sierra y despojarse de su intimidad.

Y lo peor que puede pasar a un formato de tele-realidad es que, encima, los propios participantes se sientan más expertos en tele que los guionistas del programa. Entonces, no contagian espontaneidad. Entonces, proyectan la frialdad de la táctica. Entonces, son hasta capaces de destripar en directo que las audiencias deben ser flojas, pues falta conflicto. Un ejemplo es Laura Bozzo. La presentadora reventó en directo que ninguno de los concursantes estaba dando contenido y, de paso, se apuntó el tanto de estar adivinando que el share va regulero. Curtida en aquellos programas de testimonios que traficaban con la ignorancia, ella quiere quedar como la más sabia de la tele. Y parece que le han comprado el discurso.

De hecho, ahora parece que los concursantes de GHVIP están todo el rato remoloneando en la casa hasta cuando, de repente, llega la emisión en Telecinco y se sobresaltan para dar algo más de espectáculo. Pero como el espectador no entiende de dónde surge la motivación que les lleva a estar tan exaltados, se transmite la sensación de paripé. La audiencia  generalista (que no los fieles) ha visto demasiados realities y esta fórmula se le ha quedado obsoleta: prefiere meterse en TikTok para ver a gente de verdad que comparte píldoras de sus rutinas diarias con una graciosa generosidad. Y sin desconexión de la realidad y sin cebos vacíos para intentar que el espectador no se vaya durante la pausa de publicidad. 

Para remediar su escasa trascendencia e influencia, GHVIP ha optado por lo de siempre: acudir al exterior a la caza de gente ruidosa que meta cizaña al personal. Como consecuencia, se ha ganado su puesto en la casa José Antonio Avilés, niño que creció viendo el antiguo Telecinco con programas y realities que le hicieron creer que difamar histéricamente le llevaría al éxito. Falseó el título de periodista, estafó a gente, se inventó noticias. Y, sorpresa, el nuevo Telecinco le sigue llamando como reclamo. Da igual sus falsedades y chabacanerías. 

La ofensa que produce el descaro de José Antonio Avilés en el público sube unas décimas la audiencia de GH. Pero si Mediaset quiere crecer en públicos generalistas este tono de personajes fake sólo aumenta la imagen de su declive. Ese enfoque ya es anacrónico. El encierro de pelea se ha quedado estancado en un lugar en el que ya no está la sociedad que ha visto como el reality se ha expandido en tantos ámbitos. Hasta impregna la política. El gran público demanda un extra de elaboración creativa a la tele de siempre. Lleva tiempo dando síntomas de querer respirar de estrategas y celebra personas que le acompañen desde la ingenuidad empática que aporta y no desde el enfado caníbal que ya está las 24 horas del día en la red social que no le queda ni la originalidad de llamarse Twitter. 

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