JOSE ÁNGEL GONZÁLEZ. PERIODISTA
OPINIÓN

La lección del roble de Goethe

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Buchenwald no fue, ni de lejos, el más mortífero de los campos de concentración nazis. Cifras compartidas por los más respetados historiadores hablan de algo más de 56.000 víctimas sobre 240.000 prisioneros, porcentaje (23%) que está muy por debajo de la media de fallecidos en todas las instalaciones entre 1933 y 1945: 1,7 millones de muertos de 2,3 millones de internos (73%).

En el perverso sistema de dominación y exterminio diseñado por el régimen de Hitler, Buchenwald es importante por un motivo simbólico –y me disculpo por el uso de un término que peca de cínico cuando se habla de muerte planificada–. Para los nazis, psicóticos hedonistas, el campo era solemne porque estaba a pocos kilómetros de la cuna de la ‘alemanidad’: Weimar, la pequeña ciudad de Turingia de Bach, Schiller, Goethe, Liszt, Strauss, Nietzsche y otros corresponsables de la Ilustración y la fama exterior del país poco antes de convertirse en un nido de exterminadores.

Los constructores eligieron un terreno singular, una zona boscosa en las laderas del escarpado Ettersberg, lugar donde Goethe paseaba, se inspiraba, escribía y se encontraba con sus musas –y con su amante, que vivía cerca–. El nombre por el que optaron, Hayedo (Buchewald en alemán), era tan insolente como la inscripción que forjaron como lema en la monumental puerta de hierro: "Jedem das Seine" ("A cada cual lo suyo").

Diseñaron el campo de concentración demostrando que la eficacia alemana es solamente un eslogan. Una vez tendido el alambre de espino, levantados los miserables barracones y las torres de vigilancia, se percataron del árbol centenario que crecía en el patio: era el roble de Goethe, el favorito del mayor escritor alemán de la historia para echar una cabezada, tomar notas o merodear con la imaginación. La profanación no tenía vuelta atrás y a los jefes de las SS no se les ocurrió otra solución que levantar un murete de piedra en torno al árbol.

En el país que fue capaz de combinar a Goethe con Buchenwald renace ahora el nativismo extremista. La formación política Alternativa para Alemania (AfD según sus siglas originales) asciende con velocidad mientras todos los demás se derrumban. El partido, fundado en el año 2013 por un grupo de profesores universitarios de Economía enfurecidos por las ayudas para evitar la bancarrota de Grecia, es partidario de eliminar el euro, difunde la xenofobia y reclama un país para los elegidos y con las fronteras "completamente cerradas" para los demás; sobre todo si son árabes –la Policía "debe dispararles si quieren entrar", ha dicho su líder,la carismática y sombría Frauke Petry–.

En un ceremonial que parece un remake histórico, AfD llama a los periodistas "cerdos mentirosos", denuncia la "islamización de Occidente", se ha aliado con el igualmente fanático Partido por la Libertad de Austria (FPOe), pone en duda el sistema político constitucional y reclama el pago de una intangible deuda histórica por ser "hijo de Alemania".

Los ecos nazis no acaban ahí. Aunque el partido ha dictado la orden interna de morderse la lengua a sus líderes, Kay Nerstheimer, ganador de un escaño en las elecciones regionales de septiembre en Berlín, fue obligado a dimitir porque en su perfil de Facebook llamó a los sirios "asquerosos gusanos"; a los solicitantes de asilo, "parásitos", y a los homosexuales, "especies degeneradas".

Con representación legislativa en nueve de los parlamentos de los 16 länder alemanes y aspiraciones fundadas para ganar en alguno (fueron segundos con el 21% de los votos en las recientes elecciones regionales de Mecklemburgo- Pomerania Occidental), AfD ascenderá hasta nadie sabe dónde en las generales de 2017. Tiene una intención de voto en el país de un 10% confesado en encuestas y superó ese resultado en zonas ‘enemigas’ como Berlín, donde llegaron al 14,2% o la ilustrada Turingia de Weimar, donde andan por el 10,6%.

En Buchenwald los guardias no sabían quién era Goethe y terminaron por olvidar el carácter sagrado del roble, que usaron como instrumental para ahorcar y torturar a presos. El árbol fue incendiado por una bomba de fósforo de la aviación de los EE UU en la liberación del campo, en abril de 1945. Dicen que Goethe había labrado sus iniciales con una navaja en el tronco. Es posible que, a su amparo, escribiese, sin saber que la frase implicaba la predicción de zombis sociópatas entre sus compatriotas: "En un momento dado de la vida, morimos sin que nos entierren. Se ha cumplido nuestro destino. El mundo está lleno de gente muerta, aunque ella lo ignore". Ojo con los alemanes filonazis: quieren dar a cada cual lo suyo. Otra vez.

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