CARMELO ENCINAS. DIRECTOR DE OPINIÓN DE 20MINUTOS
OPINIÓN

Hong Kong frente a Goliat

Carmelo Encinas.
Carmelo Encinas.
JORGE PARÍS
Carmelo Encinas.

Parecen los prolegómenos de una revolución. Escribo esta columna en una de las salas de espera del aeropuerto de Hong Kong, lugar escogido por los manifestantes para que resuenen en todo el mundo los tambores de su revuelta. Lo han conseguido. La cancelación de cientos de vuelos dejó en tierra a miles de viajeros repercutiendo el cerrojazo en buena parte del entramado aéreo internacional.

El de Hong Kong es un aeropuerto inmenso. Con más de 70 millones de pasajeros es uno de los ocho más importantes del planeta y el primero en volumen de mercancías. A pesar de sus enormes salas e interminables pasillos quince horas dan para mucho deambular y creo haber recorrido hasta el ultimo de sus rincones. Quince horas es el tiempo de antelación con el que ha habido que acceder al mismo para asegurarse el paso a la zona de embarque que los manifestantes bloquearon levantando barricadas que impedían a los viajeros pasar por seguridad. Muchos viajeros lograron alcanzar esa zona trepando por los amasijos de carros y vallas metálicas o a través de puertas de emergencia que los concentrados no habían advertido. Gritaban sus consignas y pedían perdón a los pasajeros rogando que les entendieran. Algunos hasta les ofrecían refrescos y comida para hacerse perdonar por el trastorno.

La inmensa mayoría son jóvenes, muy jóvenes, incluso adolescentes. Generalmente van de negro con un casco amarillo y una mascarilla de las que aquí emplean para afrontar la contaminación o no pillar ni transmitir enfermedades respiratorias.

Comenzaron a movilizarse hace más de dos meses contra un proyecto de Ley que pretendía habilitar las extradiciones al continente, y el anuncio de su retirada no ha logrado apaciguar los ánimos. Aquella intentona legislativa se ha percibido como una señal inequívoca de que el Gobierno de Pekín pretende ir estrechando el perímetro de libertades del que goza Hong Kong como región autónoma, con un estatuto especial desde que fue cedida por el Gobierno británico hace 22 años.

A pesar de que los voceros del Gobierno chino se dirigen a ellos calificándolos de "pequeño grupo de criminales violentos y sin escrúpulos", lo cierto es que las protestas son multitudinarias y, en términos generales, pacíficas aunque puedan ir trufadas de grupúsculos de exaltados. Tan masivas son que la policía nunca les planta cara frontalmente y se limita a actuar, y no con demasiada fortuna, ante los saltos puntuales desgajados de las marchas compactas. El proceder de los efectivos antidisturbios deja mucho que desear en términos profesionales y no sólo por el lanzamiento de gases lacrimógenos en espacios cerrados, como vimos en los pasillos del metro y que ya ha sido denunciado desde Naciones Unidas, sino por la absoluta falta de eficacia y control de la situación que exhiben.

La sensación general es que el Gobierno chino no sabe cómo gestionar esta crisis que, de ninguna manera, le interesa resolver con una represión brutal como la ejercida en la plaza de Tianamen de la que el pasado 4 de Junio se cumplió el 30 aniversario.

La realidad es que ni las lágrimas de cocodrilo de la Jefa Ejecutiva de Hong Kong Carrie Lam pidiendo no perjudicar a su "hermosa ciudad" ni las amenazas de Yang Guang, el vocero gubernamental para asuntos de Hong Kong y Macao, pidiendo que no se subestime el "inmenso poder del Gobierno central", parecen debilitar lo más mínimo las movilizaciones. Más bien lo contrario, las detenciones no hacen sino elevar el tono de la revuelta y dejar en evidencia las incompatibilidad de un régimen que fundamenta su crecimiento económico en el capitalismo puro y duro pero regido por el aún todopoderoso Partido Comunista Chino.

La juventud hongkonesa está poniendo al sistema frente a sus contradicciones que, de no manejar la crisis con tiento, corren el riesgo de que se extienda a otras zonas conflictivas del continente.

En Hong Kong viven casi ocho millones de almas en un espacio muy reducido pero de una intensidad económica superlativa. Su enorme actividad financiera resulta fundamental para China que, en la delicada situación que atraviesa su economía ralentizada por la guerra comercial con los Estados Unidos, no pueda permitirse la huida de capitales que provocaría la inestabilidad o la mínima rebaja en la seguridad jurídica.

Es obvio que el llamado Ejército Popular de Liberación tardaría pocas horas en aplastar las protestas pero el precio que China pagaría en materia económica y de imagen ante el mundo es demasiado alto. Y los manifestantes saben bien que eso es lo que realmente atemoriza a Goliat.

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