El Cabanyal ha sido símbolo de muchas cosas. De resistencia, de degradación consentida y fomentada, de depredación urbanística y de aislamiento, pero también de comunidad, de voluntad, de lucha. El barrio estuvo presente en el discurso de la toma de posesión de Joan Ribó como alcalde hace casi dos años. Fue bandera de la entonces oposición.
Pero, como ha podido constatar el tripartito, gobernar es tomar decisiones importantes, como la derogación definitiva del plan que preveía el derribo de mil viviendas. Revertir inercias y cambiar realidades requiere decisión, recursos y, sobre todo, tiempo.
La semana pasada, los vecinos llevaron hasta la céntrica calle Colón los problemas de convivencia, degradación, tráfico de drogas e incivismo que sufren, sobre todo en la denominada zona cero, la que iba a desaparecer con la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez hasta el mar.
El propio Ribó, acompañado por el jefe del Consell, Ximo Puig, tuvo que escuchar de boca de los vecinos en su reciente visita al barrio cómo las cosas estaban lejos de mejorar. El Ayuntamiento ha empezado la regeneración por las infraestructuras, dice que está poniendo las bases. Pero las gentes del Cabanyal han sufrido mucho. Están cansadas de promesas. Y tienen toda la razón.
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