IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

Si el trabajo diera la felicidad

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Gracias a la sentencia europea contra la discriminación laboral de los temporales, va a haber que reinventar las relaciones laborales. ¿No sería un buen momento para pensar todo, más allá de los contratos? Si en una conversación dices algo tan simple como “quiero ser feliz en mi trabajo”, te ejecutan con una inyección letal de invectivas. ¿Por qué? Se da por hecho que la meta es inalcanzable, de modo que resulta ridículo siquiera aspirar a ello. La resignación se viste de racionalidad cuando uno afirma que trabaja por el sueldo o que se debe obedecer a los jefes y no meterse en problemas. La gran esperanza nacional pasa por ganar la primitiva: no para empezar a trabajar a gusto, sino para terminar de trabajar de una vez por todas. Tenemos tan asumido que la realidad laboral es inmutable, que han tenido que venir los jueces europeos a abrirnos los ojos.

Según el barómetro de Enred-Ipsos de 2016, sólo el 35% de los empleados de nuestro país se sienten felices a menudo en su trabajo. O sea, dos de cada tres están insatisfechos. A escala global, la cosa empeora. El último estudio de Gallup detectó que sólo el 13% de los empleados del mundo se siente involucrado con su trabajo.

Si pensamos que más de la mitad de nuestra vida despierta transcurre en el trabajo, es imposible pensar en ser más felices -como preconiza la industria de la felicidad- sin resolver esa frustración. Nos llevó unos milenios sacudirnos la idea de que la vida es un valle de lágrimas. Ahora necesitamos incluir la oficina en la ecuación. La familiaridad con que hablamos de “conciliar vida y trabajo” da la medida de la resignación general.

Se sabe qué hace a una persona más feliz en su trabajo: ser creativo, tener autonomía, dotar de sentido a lo que hace… Maslow ya explicó con su pirámide que, una vez cubiertas las necesidades básicas con seguridad, lo más importante para el ser humano es el reconocimiento, las relaciones y la autorrealización. Una de las organizaciones que lleva tiempo trabajando en esa dirección es Buurtzorg, una compañía holandesa que presta servicios de enfermería. Las enfermeras se organizan en equipos y deciden qué tiempo necesitan sus pacientes cada día. Nada de diez minutos para un vendaje, cinco para una inyección, y a otra cosa. Disponen del tiempo que les permite desarrollar lazos personales, decidir qué requiere su atención ese día. O sea, humanizar su trabajo. Es sólo un caso. Frederic Laloux cuenta varios cientos más en Reinventar las organizaciones. Si en los próximos diez años sólo pudiera recomendar un libro a los líderes políticos y empresariales, sin duda sería ése.

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