La mentira no tiene como dicen las patas tan cortas. No al menos en estos tiempos de la llamada posverdad cuyo principal exponente en España es el soberanismo catalán. Con las patas de la mentira cabalgó hasta Bruselas el ex presidente Puigdemont para exacerbar allí sus falacias y llevarlas a límites delirantes.
Sería un error el despreciar los efectos de las mentiras por obvias que nos parezcan. Se equivoca quien no admita que sus embustes han hecho fortuna hasta lograr implantarse en los ámbitos más permeables y menos reflexivos. Instauraron internamente el ‘España nos roba’ con alto grado de éxito e incluso la creencia de que Cataluña podía alcanzar la independencia por la vía de los hechos consumados sin coste alguno. Vimos después cómo al desafortunado operativo policial del 1 de octubre le atribuyeron un balance de casi un millar de heridos que no aparecían por ninguna parte y asistimos ahora al supuesto éxito de una huelga general que apenas secundó nadie.Y qué decir del despropósito de presentar a España ante el mundo como una dictadura neofranquista. Hablan de las acciones judiciales contra quienes propugnaron la proclamación de la República catalana como una represión de las ideas políticas y no de los delitos en que incurrieron.
Por fácil que resulte desarmar tales patrañas sus efectos quedan. Si, como van afirmando, la Justicia española actúa contra las ideas , qué explicación tendría el que el independentismo se manifieste libremente en la calles y no estén encarcelados personajes que las expresan con tanto énfasis como Joan Tardá o Neus Lloveras, quien dedica su vida al soberanismo y no a la alcaldía de Vilanova i la Geltrú, por la que cobra. La realidad es que nadie les persigue ni regaña, ni siquiera a ese aspirante a campeón de los cretinos llamado Gabriel Rufián empeñado en discutir con cualquier periodista que le haga preguntas que es incapaz de responder.
Con su relato falaz sigue Puigdemont campando en Bruselas donde vende la moto de los ‘presos políticos’ confundiéndolos deliberadamente con los ‘políticos presos’, concepto que se ajustaría a una realidad que rehúye. Presos que, según manifestó en aquella juerga de los doscientos alcaldes, que aún no sabemos quien pagó, "están siendo maltratados". Ni siquiera los abogados de los encarcelados han llegado tan lejos.
Cualquier mentira vale si contribuye a la causa, vale incluso el buscar apoyos en los partidos de la extrema derecha belga, o en los ultras flamencos con afectos filonazis. Un movimiento desesperado con el que asumen, sin embargo, un alto riesgo. "Dime con quién andas y te diré quién eres", sus amistades peligrosas ponen blanco sobre negro el auténtico fondo ideológico del nacionalismo independentista.
Ni progresista ni europeísta ni democrático. En las próximas elecciones los catalanes podrán ver algo más claro las zarpas del supremacismo y los tintes totalitarios que subyacen en su propuesta. La máscara de Puigdemont empieza a caerse a trozos.
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