OPINIÓN

El juicio final

Pedro Sánchez en la sesión de control en el Senado
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de control celebrada este martes en el Senado.
EFE/Juanjo Martín
Pedro Sánchez en la sesión de control en el Senado

Cuentan que Harold Macmillan (primer ministro del Reino Unido entre 1957 y 1963), preguntado sobre qué es lo más determinante en política respondió con una máxima muy británica: «Events, dear boy, events». Traducido con cierto grado de libertad, vendría a ser «lo inesperado, querido muchacho, lo inesperado». La filosofía es incuestionable. Nada condiciona más a un político, especialmente a un gobernante, que aquello que ocurre sin tenerlo previsto.

Ni Aznar ni Rajoy pusieron las bombas en los trenes de Atocha. Zapatero no fue el responsable de la caída de Lehman Brothers. Ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias, ni ninguno de sus incontables ministros, ni los presidentes autonómicos (con sus competencias) han inoculado el coronavirus en las decenas de miles de personas que han muerto o se han contagiado. Pero todos estos dirigentes se han encontrado ante la responsabilidad de gestionar una calamidad inesperada.

La duda no es si un dirigente se enfrentará durante su carrera política a un hecho grave e imprevisto. La duda es cuándo ocurrirá tal cosa, porque tal cosa ocurrirá. No todos los desastres tendrán la misma magnitud, pero no por ello dejarán de ser un desastre. Y, frente a esa tesitura, lo justo no es culpar al dirigente político de algo que no estaba en su mano impedir. Lo justo y lo obligado es someter a ese dirigente al examen de su gestión del problema

Sería una novedad que esta vez la autocrítica se la hicieran los propios responsables de la gestión política

¿Actuó cuando debía? ¿Adoptó las decisiones adecuadas? ¿Conformó los mejores equipos profesionales y políticos? Y cuando la calamidad haya pasado, hacer la comparación. Y en un caso como este, esa comparación es pertinente al tratarse de una crisis de salud pública de ámbito global, y a la que han tenido que responder dirigentes políticos de todo el mundo.

El día en el que dejemos de sumar muertes, cuando tengamos una cifra definitiva, ese día llegará el juicio final, que puede ser positivo o negativo. Para entonces, ¿qué lugar ocuparemos en el ranking de fallecidos por población? ¿Y en el ranking de sanitarios contagiados? ¿Y en el porcentaje de caída de nuestra economía? ¿Y en el número de empresas cerradas? ¿Y en la tasa de paro? ¿Y en la de deuda? ¿Y en la de déficit? En definitiva, qué nos habrá ocurrido a nosotros que no les haya ocurrido con esa misma intensidad a los demás.

Y sería una novedad muy reconfortante que esta vez la autocrítica se la hicieran los propios responsables de la gestión política, porque nadie les obligó a desear con tanta pasión estar en el poder para ejercerlo en todo tipo de circunstancias. Que no pase, como casi siempre, aquello que contó Jorge Semprún, cuando en una reunión del PCE le dijeron: «Te voy a hacer tu autocrítica, camarada».

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