Lejos de cumplirse los pronósticos de un estallido inminente de la guerra -algunos lo habían fijado mañana a las tres de la tarde-, las últimas noticias anticipan que las fuerzas enfrentadas abrirán un paréntesis para darle una oportunidad a la diplomacia en la negociación para impedir que las armas entren en acción. Lo ha anunciado el gobierno ruso por boca del ministro de Exteriores, Segei Lavrov y lo dejó entrever el presidente Vladimir Putin al final de la entrevista que mantuvo Enel Kremlin con el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz.

Unas horas antes había anticipado una posible prueba de sus intenciones ordenando la retirada de algunas tropas desplegadas en el sur y oeste de la frontera. Un gesto, sin embargo, que no afecta al grueso de los más de 120.000 militares que mantiene movilizadas por tierra, mar y aire alrededor del país. Muchos analistas consideran que se trata de un juego del astuto Putin o bien para distraer la atención o para ganarse simpatías extranjeras.

Tanto en los Estados Unidos como en los países de la OTAN y del resto de capitales de la Unión Europea la noticia fue recibida con alivio no exento de desconfianza. Mejor se podría decir que con escepticismo. Las dudas las alimentó mientras tanto la Duma –la cámara parlamentaria– que esta misma tarde ha pedido se reconozca la independencia de Donetsk y Lugansk, las dos regiones secesionistas que hace ocho años se desgajaron de Ucrania bajo la tutela rusa.

Es más que probable que esa sea la primera parte de la estrategia de Moscú. Evita la invasión del territorio ucraniano que se viene pronosticando y crea una situación de hecho que la OTAN no puede aceptar, pero quizás tampoco intentar revertir por las armas. Aunque la situación se ha vuelto menos tensa, el conflicto dicta mucho de estar resuelto. Ucrania desea ingresar en la OTAN, Occidente quiere admitirla y Rusia le niega la soberanía para hacerlo.