Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Ucrania: La guerra que no resolverá nada pero costará muchas vidas

Un policía comprueba los daños en una terraza producidos por una explosión, tras el ataque ruso a Kiev (Ucrania).
Un policía comprueba los daños en una terraza producidos por una explosión, tras el ataque ruso a Kiev (Ucrania).
MIKHAIL PALINCHAK / EFE
Un policía comprueba los daños en una terraza producidos por una explosión, tras el ataque ruso a Kiev (Ucrania).

Nadie podrá decir que el estallido de la guerra con su epicentro en Ucrania le cogió por sorpresa. Llevábamos varias semanas escuchando sin creerlos del todo los preparativos rusos para iniciarla y los avisos muy firmes de los Estados Unidos y la OTAN de que comenzaría cualquier día de estos. Costaba sin embargo hacerse la idea de que a estas alturas del siglo XXI, hubiese gobiernos con sensatez y experiencia histórica capaces de promoverla.

Nos hemos equivocado quienes dudábamos. Vladimir Putin, con quien pesaban las más preocupantes dudas, acaba de confirmar sus ambiciones de poder y falta de escrúpulos incluso cuando se trata de víctimas humanas. La guerra que acaba de iniciar seguramente no resolverá nada, pero si es más que probable que costará muchas vidas. Apenas está en los primeros escarceos y ya los muertos se cuentan por decenas.

Ucrania es un país extenso, poco desarrollado, y sin tradición histórica independiente. Obtuvo su soberanía con la caída de la Unión Soviética que, como no podía ser menos, enseguida fue reconocida por la ONU y la Comunidad Internacional. Incluso los primeros gobiernos que se sucedieron en el Kremlin la asumieron sin especiales reservas. La llegada de Putin al poder y su eternización cambiaron las cosas.

Putin fue un funcionario aventajado de la tristemente célebre KGB, la checa gigante que funcionaba bajo la obsesión del sentimiento imperial de la Rusia zarista asumido por la comunista, y él lo retomó al acceder al poder. Si echamos la vista atrás, no ha cejado de reprimir los movimientos independentistas de algunas repúblicas como Chechenia, de forzar el control sobre otras que ya lo han conseguido y de ejercer de tutor sobre ellas para que mantengan sus lazos de sumisión a Moscú.

Una parte de la población de Ucrania habla ruso y eso unido a la teoría de que siempre fue parte del del territorio de Rusia son los argumentos que le sirven a Vladimir Putin para reivindicar su recuperación. Como sabe que eso no podrá hacerlo por vías jurídicas y diplomáticas, lo ha intentado por la fuerza y es ahora cuando pretende culminarlo por la fuerza. Empezó ocupando y convirtiendo en una provincia rusa la península de Crimea y lo consiguió sin mayores consecuencias.

Kiev no tenía capacidad militar para defender esa parte de su territorio y la comunidad internacional expresó protestas y aplicó sanciones, pero acabó transigiendo. Fue un aliciente para las ambiciones de Putin sobre Ucrania. Enseguida sus experimentados servicios de intromisión en lo ajeno estimularon a los ucranianos prorusos del este de la región del Dombast y lograron que dos provincias, Donetsk y Luhansh proclamasen su independencia unilateral, siempre bajo la protección militar rusa.

Ucrania está en el centro, aprisionada entre Rusia y su satélite Bielorrosia, sin posibilidades de consolidar su condición europea, garantizar su independencia bajo el paraguas de la OTAN como desea la mayoría de sus habitantes y acceder a la Unión Europea que le abriría las puertas al progreso económico. Es lo que Putin intenta evitar como paso previo para lograr su sumisión plena a los dictados e intereses de Moscú y de paso desestabilizar la UE.

La guerra, que se veía venir y no nos creíamos, ha estallado. Ahora la duda es cuando y cómo terminará. Esa suele ser la incógnita de todas las guerras que comienzan. La otra, cuantas víctimas costará, no hace falta esperar a la aritmética: ya se puede anticipar que serán muchas. En estos momentos de incertidumbre, esa es la realidad peor, la que implica la demencial humana de pretender resolver sus asuntos a cañonazos.

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