Firma invitada Manuel Bermejo, Presidente en The Family Advisory Board y Profesor en IE Business School
OPINIÓN

Sociedad civil y empresa familiar

Empreas, empresarios, empresa familiar
Imagen de archivo de una empresa familiar.
ARCHIVO
Empreas, empresarios, empresa familiar

Octubre es el mes de la empresa familiar. Empezamos el día 5 celebrando el Día Internacional de la Empresa Familiar y acabaremos con el Congreso Nacional que organiza el Instituto de la Empresa Familiar (26/27 de octubre). Buen momento, por tanto, para reflexionar sobre el papel, presente y futuro, de este tipo de organizaciones empresariales en nuestra sociedad.

En primer lugar, porque las cifras evidencian que a la empresa familiar se le debe una gran parte de la creación de empleo y riqueza de nuestra economía. En España, según diferentes estudios, suponen casi el 90% de nuestro tejido empresarial, podemos afirmar que son predominantes con una participación superior al 90% del sector privado, y son responsables de casi el 60% del PIB de sus respectivos países y cerca del 70% por ciento del empleo.

Es cierto que bajo el epígrafe 'empresa familiar' podemos encontrar a firmas líderes globales así como a micropymes. Pero todas ellas tienen algunos valores en común. Quiero destacar, para empezar, el enorme compromiso demostrado con su tierra y con su gente.

Además, en estos duros meses que llevamos conviviendo con el nefasto influjo de la Covid-19, hemos asistido a un extraordinario despliegue de generosidad por parte de muchísimas empresas familiares, grandes, medianas o pequeñas, para aportar toda su energía en aras de contribuir a la gestión en estos duros momentos de confinamientos que hemos vivido en muchos países. Todo ello, en situaciones muy complejas que les obligan a batallar cada día por su supervivencia, lo que en la mayoría de las ocasiones van a conseguir a base de mucha inteligencia, trabajo y coraje.

Por tanto, la presencia de las empresas familiares facilita el desarrollo personal y profesional de muchos ciudadanos. Ayudan a fijar población al territorio y suponen una extraordinaria oportunidad para que funcione el ascensor social y no se acrecienten las desigualdades sociales. En este sentido, el rol social de la empresa familiar para vertebrar un desarrollo sostenible e inclusivo merece especial atención.

No olvidemos tampoco que las empresas familiares son la mejor escuela para emprendedores. En el STEP Project, un proyecto académico internacional que investiga la iniciativa emprendedora de las empresas familiares, se destaca que las familias empresarias crean más de cinco negocios durante su trayectoria.

Y, lo que para mí es todavía más relevante, las empresas familiares son por lo general reservorio de valores de los que esta sociedad está muy ayuna: honestidad, visión de largo plazo, perseverancia, esfuerzo, espíritu emprendedor, capacidad innovadora...

Por consiguiente, basándome en estas contribuciones, creo que es una obligación de cualquier gobernante sensato trabajar por crear condiciones que permitan la consolidación de sus empresas familiares y su anhelada transición generacional. Una sociedad que cuida a sus empresas familiares va a ser, sin duda, una sociedad más próspera.

Pero también es cierto que a las familias empresarias hay que pedirles que acometan su tarea en coherencia con la extraordinaria responsabilidad que tienen, ya no solo para sus accionistas sino para el conjunto de la sociedad.

Bajo estos supuestos pediría a los propietarios de empresas familiares tres reflexiones clave en momentos como el actual.

En primer lugar, una decidida apuesta por la gobernanza corporativa de calidad. Aparte de otros muchos beneficios para el propio empresario, la buena gobernanza supone la necesaria transparencia que hoy se demanda para recuperar la credibilidad en las instituciones. En etapas de crisis necesitamos liderazgos fuertes que solo pueden consolidarse si se basan en la confianza.

Destacaría, en segundo lugar, la necesidad de abordar esfuerzos en aras de la competitividad que permite ganar tamaño y rentabilidad. Un enorme porcentaje de compañías familiares son micropymes, extraordinariamente vulnerables. El primer desafío para crecer es tener mentalidad de crecer y eso pasa, muchas veces, por superar viejos paradigmas. Si para crecer hay que perder ciertas dosis de control, como ocurre cuando se agrega talento o capital no familiar, puede merecer la pena en términos de sostenibilidad de los negocios. Pero es que, además, las empresas más grandes acostumbran a ser más perdurables o a generar empleos de mayor calidad; bueno para sus dueños, pero también para el conjunto de la sociedad. En este sentido, la creación de ecosistemas de crecimiento en los que las grandes corporaciones españolas (familiares muchas de ellas) colaboran con medianas empresas familiares locales me parece un síntoma hoy de valores y de inteligencia política.

Finalmente, reclamaría un mayor protagonismo de los empresarios familiares en los debates de la agenda del país. Animo a los responsables de empresas familiares a convertirse en líderes de la sociedad civil. Que además de capitanear a sus empresas, tengan la responsabilidad de dedicar tiempo a tareas de representación institucional. Son los empresarios familiares quienes mejor pueden poner en valor su contribución a la sociedad.

Creo, por tanto, que la sociedad debiera tener una mirada cómplice hacia sus buenas empresas familiares. La mayoría, por cierto. Esa mayoría silenciosa que invierte, crea empleo, genera valor para todos sus grupos de interés y siempre está ahí, por más duro que sea el momento que nos toca vivir. Una sociedad con buenas empresas familiares va a ser una sociedad mejor. Con más oportunidades y, por tanto, más libre. Pero reputación, decía Rockefeller, es hacer las cosas bien… y que se sepa. Por eso, aplaudo que los empresarios familiares tengan un creciente protagonismo en la sociedad civil y permitan que su voz sea escuchada en los grandes debates. 

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