La perturbadora sombra del expresident sigue minando nuestra moral. Vuelve a reírse de nosotros con luz, taquígrafos y recochineo; con conexiones en directo en prime time, con su imagen doliente en web y papel, con su sonrisa de vendedor de ruedas de molino, de víctima con causa, de mártir confeso que es capaz de encontrar agua en el desierto justo cuando está a punto de extinguirse su cuento chino. Continúa siendo, en resumen, como ese tipo de forúnculo que ni lo podemos olvidar ni lo podemos arrancar.

Puigdemont confirma que comparecerá el 4 de octubre ante la justicia italiana y confía en que esta le dé la razón

Si uno fuera mal pensado concluiría que todo el montaje de Cerdeña ha sido orquestado por el propio Puigdemont y su elenco de ‘yeperos’ –ya sabe, esos que dicen "yeeeeeepa" cada vez que abre la boca el líder– con la colaboración accidental de la justicia italiana y de una euroorden que no sabemos muy bien para qué sirve salvo para colocar a España en el ridículo más espantoso y con todos los méritos para ser admitida en ese grupo de países que nos gustaba llamar bananeros antes de ser uno de ellos. Esto es lo que pasa cuando dos gobiernos de un país dudan sobre la limpieza de su justicia: uno lo dejó escapar y otro no quiere traerlo.

Con esta detención de vodevil, Puigdemont ha intentado hacer saltar por los aires a todos sus enemigos. Ha querido dinamitar la llamada ‘mesa de diálogo’, a ERC con Junqueras y Aragonès dentro, la gobernabilidad de Cataluña, los próximos Presupuestos españoles, los pactos con el PSOE en la capital, la estabilidad de Sánchez para continuar en la Moncloa… el inquilino de Waterloo sueña, como siempre, que mejor cuanto peor, que cuanto peor sea para todos mejor será para él; que ojalá los gobiernos de Barcelona y Madrid estallen, que las calles catalanas se inflamen, que se vuelva al enfrentamiento directo, a la confrontación sin posibilidad retorno. Otra vez Puigdemont. El grano continúa en el culo.