Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

¿Qué le debo?

Varias personas acuden a recibir la vacuna contra el Covid-19 en el Hospital Isabel Zendal, Madrid, (España), a 31 de marzo de 2021.
Varias personas acuden a recibir la vacuna en el Zendal.
Marta Fernández Jara - Europa Press
Varias personas acuden a recibir la vacuna contra el Covid-19 en el Hospital Isabel Zendal, Madrid, (España), a 31 de marzo de 2021.

Hay expresiones que pertenecen a otra época y me temo que la que titula este artículo es una de ellas. No solo ha dejado de usarse eso del "qué le debo" (acabo de comprobarlo con mis hijos adolescentes), sino que ya ni siquiera nos lo preguntamos quizás porque pensamos que nos merecemos todo, creemos que hemos alcanzado la sociedad del gratis total.

Todas estas ideas me vinieron a la cabeza la semana pasada en la cola para vacunarme contra la Covid-19. Viendo todo tan organizado, celadores esperándote para aclarar dudas, instalaciones impolutas, carteles indicativos novísimos, sistemas informáticos con diligentes funcionarios comprobando tus datos, enfermeros pinchándote un vial y salas de espera con médicos de retén, era difícil no pensar que tenía un coste.

"No puede obviarse el coste que sufren y sufrirán las personas que han perdido su empleo por la crisis pandémica"

Pero ni mi vacunación ni nada es gratis. Todo tiene un precio y ese precio muchas veces es económico, tiene un valor monetario. Pero incluso cuando no somos capaces de calcularlo en euros, posee un valor en esfuerzo personal o en el coste de dejar de haber hecho otras cosas por ello. Los economistas lo llamamos "coste de oportunidad". Samuelson, premio nobel de Economía, decía que "toda elección implica un costo" y por ello nada en la vida es gratis.

Por supuesto que se podría calcular el precio de los apenas tres minutos que estuve en el hospital vacunándome. Tendríamos que sumar lo que la administración ha pagado a los laboratorios por las vacunas, pero también por agujas, vendas y esparadrapo, añadir los sueldos de todo el personal, los costes de las instalaciones sanitarias incluyendo construcción y mantenimiento... No obstante, sería incompleto. De justicia parece sumar también el valor de todas las actuaciones públicas estos meses para frenar la expansión del coronavirus, incluyendo nuevos hospitales, la factura de todo un sistema sanitario volcado en atender a cientos de miles de contagiados y, por supuesto, las personas que se han dejado la vida por llegar a esta situación. Me refiero a funcionarios como médicos o policías y a los miles de ciudadanos que murieron durante la pandemia por la ausencia de protección o por decisiones que minusvaloraron la amenaza vírica.

Y aún más. Siguiendo a Samuelson habría que incluir en esta imaginaria cuenta a satisfacer el coste de oportunidad de no tener una industria farmacológica en España o la ausencia de políticas de apoyo a la investigación que nos hubiera permitido tener antes a muchas más personas inmunizadas y, por tanto, haber salvado de la muerte a miles de españoles. Pero no se acaba la lista aquí, porque no puede obviarse el coste que sufren y sufrirán las personas que han perdido su empleo por la crisis pandémica o los enfermos que han debido retrasar sus tratamientos por la alarma sanitaria. Por no hablar del brutal impacto emocional que tendrá consecuencias que se trasladarán a la sociedad y a la economía en términos de absentismo, bajas laborales o atenciones médicas.

Pero, a pesar de todo ello, me fui del hospital con mi brazo dolorido y sin decirle a nadie ‘¿qué le debo por la vacuna?’.

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