Laura Arranz Lago Abogada y Coach
OPINIÓN

En esta pandemia queda mucho trabajo por hacer, comenzando por el duelo

Puesto de venta de flores en el cementerio de El Carmen de Valladolid, con motivo de la festividad de Todos los Santos.
Puesto de venta de flores en el cementerio de El Carmen de Valladolid, con motivo de la festividad de Todos los Santos.
R.García/EFE/Archivo
Puesto de venta de flores en el cementerio de El Carmen de Valladolid, con motivo de la festividad de Todos los Santos.

Se han ido. En silencio y silenciados. Ante nuestra impotencia. Tanta, que ahora no sabemos cómo ubicarla en el pecho de un país, el nuestro, que llega al Día de Todos los Santos con grandes restricciones en la movilidad y en la asistencia a misas, a funerales y a los propios cementerios.

En 2019, fallecieron en España 417.625 personas, 10.096 menos que el año anterior. La cultura del autocuidado y la salud, que iba dando sus frutos en nuestra carrera imparable hacia la eterna juventud y la longevidad, ha quedado truncada al arrancar 2020 bajo los ecos de una gripe extraña (que creímos ajena) y que se está saldando ya, a día de hoy, con 51.000 muertos más que en 2019 y un año menos de esperanza de vida.

El 1 de noviembre es una fiesta en la que, en la mayor parte de los países de tradición cristiana, se rinde homenaje a los santos conocidos y desconocidos. Un día para el reconocimiento de los que ya no están entre nosotros y para sentirnos orgullosos de todo lo que fueron y aportaron.

De él, recuerdo los huesos de santo, los buñuelos de viento, las flores y los tiestos en el imponente cementerio del Carmen (en mi adorada Valladolid natal), las oraciones, la misa de difuntos, la visita al teatro para ver el Don Juan Tenorio de Zorrilla, la densa niebla, el frío… y las preguntas que hacía a mis padres desde niña, sobre los antepasados que no conocí y que, poco a poco, a medida que me fui haciendo mayor, se tornaron en preguntas para mis adentros, en la dolorosa oquedad interior donde conviven a diario añoranzas y recuerdos de seres, cada vez más queridos. Y estas tradiciones, que me enseñaron a honrar a los que ya no están, con el paso del tiempo se han ido adaptando a mis creencias, aprendizajes y experiencias, contribuyendo a hacer los correspondientes lutos.

Por todas las sesiones de coaching que he realizado desde el inicio de la pandemia, y la profundidad del sentimiento de quebranto individual y colectivo que estamos teniendo, debemos revisar cómo estamos elaborando los duelos. Y es que, a las difíciles pérdidas, hay que sumar las tremebundas condiciones en las que se han ido y se siguen yendo la mayoría de nuestros seres queridos, en este 2020 en el que cada día parece amanecer en día de difuntos.

Para la fase de negación del duelo, con la que inicialmente amortiguamos el golpe de un fallecimiento, es bueno que tengamos conversaciones que nos ayuden a pisar una realidad que cada vez será más evidente, con las personas con las que naturalmente más nos entendamos o incluso con la ayuda de expertos, de un modo continuado y a nuestro propio ritmo.

Para la fase de ira, en la que buscamos responsables de la gran frustración que provoca lo irreversible de la muerte, es aconsejable hacer ejercicios de respiración profunda, actividades que nos gusten y conlleven movimiento físico, escribir para razonar y soltar la necesidad de identificar culpables, y practicar (cada uno con su fe) el perdón y la compasión.

Para la etapa de negociación, donde fantaseamos con la idea de poder revertir el hecho de la muerte, es clave meditar para darnos paz interior. Hacer yoga, taichi o disciplinas que nos ayuden a sentir el cuerpo, realizar prácticas de conciencia plena con las que despertar los sentidos al momento presente, e incluso escribir una carta a nuestro ser querido, enterrándola en un lugar importante para él y nosotros.

Para la etapa de tristeza profunda que debemos habitar durante un tiempo (no hay emociones a eliminar, todas tienen su utilidad) es fundamental revisar nuestro diálogo interno, la actitud que estamos tomando en cada área del día a día, cuidar el aspecto y la propia higiene, dejar que la emoción salga, hablar sin juzgarnos o bloquear las lágrimas, y no dejar de observarnos, para no avanzar hacia una depresión, pudiendo contar con un profesional en caso de ser necesario.

Para la última parte, la de aceptación, que es aquella en la que las personas aprendemos a convivir con el dolor y recuperamos nuestra capacidad de experimentar alegría, es bueno externamente empezar a referirnos a nuestro ser querido contando sus anécdotas, desde la calma, y desarrollar nuevas actividades y relaciones sociales sin presión; y en lo más íntimo, integrar su energía y cariño, poniéndonos alguna pertenencia preferida suya, viendo sus fotografías o simplemente (algo muy sanador) conversando con él.

Este artículo es una puerta a la reflexión. No hay guion, orden o cronograma para estas emociones y etapas, como tampoco los hay para la vida. Pero sí es clave reconocerlas como estados en nosotros mismos y darles soporte para poder transitarlas.

En esta pandemia queda mucho trabajo personal por hacer, comenzando por el del duelo. Y pese a que nos podamos sentir en esta segunda ola frustrados y agotados, debemos seguir luchando firmemente frente al Covid-19, con vigor y capacidad de superación. Las almas que nos han dejado y que nos siguen dejando cada día, tan humildes, humanas y valientes…merecen nuestra fuerza plena de vida. Por ello, encendamos hoy, una vela de homenaje por nuestros seres queridos, y una llama radiante de fortaleza en nuestros corazones.  

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