Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Y el día después, la libertad

Fernando Simón, positivo en coronavirus a la espera de confirmar diagnóstico
Fernando Simón, en rueda de prensa.
Europa Press
Fernando Simón, positivo en coronavirus a la espera de confirmar diagnóstico

Fernando Simón, el hombre del tiempo de la pandemia, me recuerda al personaje de la película de Luis Buñuel Simón del desierto, un estilita egipcio al inicio de la era cristiana, que, como buen asceta, oraba en medio del desierto sobre lo alto de una columna. 

Entre positivo y negativo, entre la fe irresoluta y noble de los pensionistas y el escepticismo de los incrédulos que han tomado nota de todas sus predicciones, se espera del anacoreta que por fin anuncie que la curva alcanza el pico, aunque reconozca cualquier aprendiz de geometría que las curvas no tienen pico.

Pico de escalar tenía Ramón Mercader cuando clavó el piolet en la cabeza de Trostski en 1940, o Pico Comunismo, más allá de la hoz y del martillo, es el nombre de una montaña colosal bordeada por inmensos glaciares en Tayikistán. Pico y pala es lo que necesitarán muchos autónomos y pequeños y medianos empresarios para volver a empezar, si tienen fuerzas y liquidez para ello. 

Y pico es lo que tiene algún político que antepone el ‘bocachanclismo’ y la necedad de garrafón, frente a la gravedad y al sentido de la responsabilidad. Pero, a día de hoy, no hay más pico que el pico de la curva de Simón.

"Aunque reconozca cualquier aprendiz de geometría que las curvas no tienen pico"

En el presente continuo de las estadísticas confinadas y de los chats detestables sobre la curva perpetua, la crisis está provocando, diga lo que diga el discurso melifluo y mórbido de los aparcacoches mediáticos del Gobierno, un debilitamiento de los vínculos sociales y cívicos. Pero además comienza a ser tiempo ya, no sea que después sea demasiado tarde, de preguntarse bajo qué principios de cohesión se basará la repolitización que se está perfilando.

Un antiliberalismo a granel con intifada teledirigida, que apela a la clase y a la patria, comienza a bracear para suceder al tradicional orden liberal, aquel que se ha construido bajo los equilibrios, siempre inestables, de lo público y de lo privado.

Es cierto que tanto la derecha como la izquierda en España se plegaron en algún momento reciente a un género de "democracia sin pueblo" gobernada por las reglas. 

"Un antiliberalismo a granel con intifada teledirigida apela a la clase y a la patria"

Cuando la derecha ahora pretende recobrar la credibilidad bajo un compromiso político basado en la libertad y en la defensa de los derechos humanos y contra cualquier dogma de intervención excesiva, la crisis ha abierto una oportunidad en cierta izquierda de clase para pretender imponer un modelo populista basado en el dominio del Estado y en la desconfianza en la libertad individual. 

Por eso, cuando Simón, el asceta sanitario, proclame el final de esta pesadilla, solo aspiro a que el Gobierno se limite a ser justo, porque yo me encargaré, desde mi libertad, de ser verdaderamente feliz.

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