Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

La educación sentimental

Centro escolar, clase, aula, alumnos, profesor.
Imagen de archivo de un aula.
JCCM
Centro escolar, clase, aula, alumnos, profesor.

De la FEN al PIN. A finales de los años previos a la gran inhumación, entre secciones femeninas y coros y danzas regionales, y entre NO-DOs en banco corrido de cualquier cine de Escuela Pía, los niños se desfloraban a vuelapluma escribiendo sobre la grandeza del Caído del Valle de los Caídos.

La Formación del Espíritu Nacional era uno de los ejercicios obligatorios de una educación sentimentalmente oficialista que buscaba la apología del régimen, muy a pesar de la muchachada que se consumía, además, en otro régimen, el de la carne de membrillo.

Eran tiempos de exaltación, de incertidumbre y hasta de errores obscenos de juventud, y si no que se lo pregunten a Víctor Manuel. No eran épocas de objeción de conciencia porque la conciencia era inobjetable, y donde, además, la conciencia colectiva extenuaba la conciencia individual. Era una educación de catecismo y de catón, de escuadra y de cartabón, de acné sin tratamiento y sin género liquido ni binario.

Era una España de orejas cárdenas, cuando todavía no existía el punto G, sino el punto y aparte. No hay cartílago de más de cincuenta años que no haya recibido las dosis penitenciales correspondientes si errabas en la enumeración de los reyes godos. 

Hoy sería más sencillo porque se recitaría a ritmo de rap y sería interpretado por algún badulaque de verso suelto y estrofa rijosa. La vida de Pi no era un libro entonces, y ni siquiera una bizcochada en colorines, sino que era la vida de millones de tunantes que se aprendían el número Pi como quien se aprende un número de teléfono. 

Medio siglo después, hemos abandonado el Pi por el Pin, aunque no creo que abandonáramos en su momento la Fe por la FEN, que muy unidos estaban en el espíritu de la colmena.

La educación era entonces y sigue siendo ahora la oportunidad de impedir la fatalidad para que suceda lo imprevisible, porque en la utopía del conocimiento, en la intencionalidad de lo humano y hasta en la socialización del ser pensante están las raíces de la buena educación.

Sorprende que en este país, por arte de birlibirloque, hayamos pasado en unas semanas de tener un problema demográfico porque los padres no tienen niños a un dilema ético porque los niños no tienen padres.

He llegado a pensar que el pin parental es el que llevan algunos diputados en sus solapas cuando ejercen su parlamento en Cortes. Y, en ciertos casos, me evocan otras épocas donde el pensamiento también se imponía totalitariamente. Del PIN a la FEN.

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