Ayer, 10 de diciembre, se cumplieron 71 años de la aprobación por las Naciones Unidas del que seguramente es uno de los documentos más importantes que ha producido la especie humana desde el Neolítico para acá: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fue aprobada sin ningún voto en contra, pero con las amenazadoras abstenciones de la Sudáfrica del apartheid, de la Arabia de los wahabíes y de la Unión Soviética y sus vasallos.

Fue la primera vez en la historia en que representantes de muchos países y civilizaciones humanas acordaron una definición de cuáles son los derechos que tiene todo ser humano por el simple hecho de haber nacido, sin tener en cuenta su origen, su sexo, su religión, sus ideas ni ninguna otra cosa. Fue un logro de dimensiones colosales.

"Los derechos de la hermosa Declaración son humanos, desde luego. Pero lo de 'universales' es otro cantar"

Pero les va mal. Esos derechos son papel mojado en buena parte del mundo. En 56 países, que albergan a bastante más de la mitad de los seres humanos vivos, aún está vigente la pena de muerte. En otros muchos el Estado persigue al no creyente, al no obediente, al librepensador, al pobre, al de otro color u origen o condición sexual. Y eso va claramente a peor en países como EE UU, Brasil, China, Rusia y bastantes más. Los derechos de la hermosa Declaración son humanos, desde luego. Pero lo de "universales" es otro cantar.

Deberíamos tener todos clara una cosa: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la democracia y la paz no están en el código genético de nuestra especie. Sí lo están la violencia, el avasallamiento, la tiranía, el odio y el miedo. Aquella declaración de hace 71 años necesita ser recordada y defendida. Todos los días. Por todos los que creemos en ella. O un día u otro desaparecerá.