Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

El experimento de la prisión de Stanford

Vista general del pleno en el que se debate la moción de censura planteada por Vox, en el Congreso de los Diputados.
El Congreso de los Diputados.
EP
Vista general del pleno en el que se debate la moción de censura planteada por Vox, en el Congreso de los Diputados.

Corría el año 1971 cuando un psicólogo experimental llamado Philip Zimbardo decidió llevar a cabo un experimento clínico consistente en simular un ecosistema penitenciario integrado por veinticuatro estudiantes universitarios a los que se les asignó aleatoriamente roles opuestos: doce interpretarían el papel de carceleros y otros doce el de reclusos. 

Fue así cómo en los sótanos del departamento de psicología de Stanford comenzó una prueba que tenía como objetivo demostrar la celeridad de los procesos de adaptación de las personas a los roles asignados y verificar que el comportamiento humano resulta determinantemente influenciado por las situaciones ambientales. 

Aunque Zimbardo pretendía que el experimento durara dos semanas, tuvo que abortarse a los seis días porque la prueba se situó «fuera de control». Se desbordaron todas las previsiones y aquellos muchachos de clase media y alta formados en el puritanismo y en la comprensión cristiana, pronto demostraron que eran verdaderos sádicos, generalizando las sevicias y los abusos hasta unos extremos inimaginables en el país del presidente Biden.

Aquellos muchachos de clase media y alta formados en el puritanismo y en la comprensión cristiana, pronto demostraron que eran verdaderos sádicos

La conclusión del experimento era previsible pero no por ello resultó sobrecogedora por el factor de aceleración de la conducta humana: los hombres sin patologías especiales y acomodados en un entorno convencional pueden comportarse depravadamente en contextos envilecidos socialmente, de modo que la respuesta puede rebasar toda lógica y todo dique de resistencia moral. Dicho de otro modo, los chicos buenos terminan haciendo cosas malas.

Cincuenta años después, el experimento de la prisión de Stanford se desarrolla en el sótano de nuestro país, donde se han distribuido a los españoles en dos bandos para recrear la guerra de nuestros antepasados. Así, cuando el «pasado superado» por la Transición permitía que la guerra quedase sepultada en los cementerios, insensatos del nuevo milenio han venido a inhumar el espíritu del pacto constituyente para crear la conciencia de que existe un «pasado no superado». 

Y así están los españoles, fuera de control. Porque tan repugnante es un vídeo viralizado de una lerda en el que dice que el «Cara el sol» es un «temazo» de amor que podría haber interpretado Álex Ubago, como la intervención en el Congreso de los Diputados del Secretario de Estado de Memoria Democrática, allí es nada, cuando dijo sin pudor intelectual ni moral: «Paracuellos p’arriba, Paracuellos p’abajo. Eso está ya en el campo de la historia». 

El ensayo de Stanford al sexto día se interrumpió. Me da que el científico que ha puesto en marcha en España este experimento no tiene intención de suspenderlo. Y menos en estos momentos de la cólera. El cólera y la cólera en tiempos del género binario.

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