La crisis del coronavirus merece, sin duda alguna, un profundo análisis que nos permita extraer aprendizajes para el futuro. Sin embargo, hay algo que esta crisis nos enseñó muy pronto. Algo que desde Hogar Sí venimos señalando desde hace años: que nada protege más que tener un hogar.

Las medidas de seguridad y sanitarias que se tomaron desde el comienzo de la pandemia pusieron de manifiesto la importancia de tener un hogar en el que cuidarse y estar protegido. Durante estos meses hemos oído sin cesar el reclamo «quédate en casa». Por ello, cuando las calles se quedaron vacías, el problema del sinhogarismo se hizo más evidente que nunca. Tuvieron que vaciarse las calles para poder ver a quienes viven en ellas. Para ellos, «¿qué casa?».

Durante la crisis sanitaria, las administraciones han habilitado más de 7.000 plazas de alojamiento de emergencia para las personas que vivían en la calle. Esta respuesta también nos enseñó algo: que el sistema tradicional de atención al sinhogarismo, basado en albergues y otras formas de institucionalización, no es suficiente ni adecuado para abordar el problema.

Con la llegada de la ‘nueva normalidad’, muchos de los recursos abiertos se están desmontando y las personas que estaban allí alojadas tienen miedo de tener que volver a vivir en la calle o de pasar el día pensando en dónde dormirán esa noche. 

Por eso, en la ‘nueva normalidad’ tenemos que ofrecer una solución permanente a quienes carecen de hogar. En este proceso de reconstrucción social y económico que vamos a comenzar, no podemos permitir que haya personas viviendo en la calle. Si nada protege más que un hogar, ofrezcamos un hogar, debería ser evidente. Apostemos por la vivienda.