Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Zelenski y el rey Jorge

Jorge VI y su esposa, la reina Isabel, de un lado, y el presidente de Ucrania Volodimir Zelenski, de otro
Jorge VI y su esposa, la reina Isabel, de un lado, y el presidente de Ucrania Volodimir Zelenski, de otro
World History Archive
Jorge VI y su esposa, la reina Isabel, de un lado, y el presidente de Ucrania Volodimir Zelenski, de otro

Cuando los aviones de Hitler comenzaron a bombardear Londres día tras día y noche tras noche, en el verano de 1940, el Gobierno planteó la posibilidad de que el rey Jorge VI y su familia se pusiesen a salvo en Canadá. Estaban de acuerdo el ministro de Exteriores, Eden; el vizconde de Halifax, amigo personal del rey, y otros miembros del gabinete y del partido conservador. El primer ministro Churchill lo tenía menos claro: le dijo al monarca que siguiese su instinto y que hiciese lo que le diese la gana.

Lo que le dio la gana al rey fue quedarse en Londres. Si los británicos estaban sufriendo bajo las bombas, él también. Para eso era el símbolo de la nación. Su esposa, la reina Isabel (conocida durante medio siglo como la reina madre), lo dijo en una frase memorable: "Las niñas [Isabel y Margarita] no se van a ir si no me voy yo; yo no me voy a ir sin el rey, y el rey no piensa huir bajo ninguna circunstancia".

Los reyes acudían casi todos los días a visitar las zonas bombardeadas, casi siempre en el East End, barrio obrero de Londres que los nazis machacaban a diario con el obvio objetivo de matar comunistas. Pero la gente recibía con desagrado a Jorge (familiarmente Bertie) y a Isabel. Aquello de que los ricos, a salvo en el palacio de Buckingham, fuesen a saludar a los pobres, que sobrevivían bajo los escombros, sentaba muy mal.

Todo cambió el 13 de septiembre de aquel año atroz, 1940. Uno de aquellos Heinkel dejó caer seis bombas sobre Buckingham y causó enormes destrozos, aunque ninguno de los miembros de la familia real fue muerto ni herido; cosa extraordinaria porque estaban a pocos metros de donde cayeron las bombas. Pero las fotos de Jorge VI y su esposa caminando sobre las maderas rotas y las piedras humeantes de su casa causaron una impresión enorme entre los londinenses. De nuevo, la ocurrente reina Isabel dio con la frase exacta: "Me alegro de que nos hayan bombardeado. Ahora ya puedo mirar a la cara a la gente del East End". Exactamente así fue. Durante sus posteriores y muy numerosas visitas a las zonas destruidas, mientras duraron los bombardeos, el rey Jorge y la reina Isabel fueron recibidos en todas partes con aplausos y un inmenso cariño que jamás de extinguió. La gente ya sentía que sufrían como ellos. Que estaban con ellos. Que eran “de los suyos”.

"Lo que le dio la gana al rey fue quedarse en Londres. Si los británicos estaban sufriendo bajo las bombas, él también"

Con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, está ocurriendo más o menos lo mismo. No se va. Se ha quedado en Kiev, aunque nadie sabe dónde, jugándose la vida, porque sigue yendo a su despacho todos los días, como se puede ver en los vídeos que él mismo graba con el teléfono móvil. Si Hitler pretendía acabar con la vida de Jorge VI para poner en el trono, después de su ilusorio triunfo, a su hermano Eduardo, simpatizante de los nazis; Putin quiere acabar a todo trance con la vida de Zelenski, que está manteniendo en alto la moral de los kievitas como seguramente nadie más podría hacerlo.

Como Hitler, Putin es buenísimo matando gente. Ha mandado asesinar a decenas de personas durante su mandato, tanto en Rusia como en otros lugares (Londres, por ejemplo), y ha usado métodos muy variados: desde el tiroteo desde coches, al estilo de los gangsters de Chicago hace un siglo, hasta bombas, disparos en ascensores y sofisticados venenos. Pero con Zelenski no puede. Ha enviado a varios comandos especializados para asesinarlo, uno de ellos de temibles mercenarios chechenos, pero Zelenski tiene amigos y confidentes en los mismísimos servicios secretos rusos (el FSB) que le avisan de dónde van a ir a buscarle los asesinos. Así que no le pillan.

El rey Jorge no quería ser rey, era terriblemente tímido, tartamudo y con unos golpes de mal genio tremendos, pero hizo su trabajo insuperablemente. Zelenski no es un político profesional: se ha pasado la vida en la tele, haciendo de actor, de bailarín o de cuentachistes. La gente lo conoce muy bien: es "de los suyos". Sabe ponerse muy serio, pero sobre todo sabe sonreír. Mientras Putin aparece en televisión vestido con traje negro y corbata, entre oros y terciopelos rojos, y profiere amenazas con la cara que pondría el malvado Voldemort en mitad de un cólico de estómago, Zelenski sale en camiseta y sin afeitar, desaliñado, como están ahora mismo la mayoría de los ucranianos, y sonríe, sonríe, sonríe siempre. Y dice: "Sigo vivo. ¡No me pillan!". Es el tipo que, cuando tiene que hablar con alguien, acerca él mismo la silla donde se va a sentar. Putin usa para eso a un ejército de lacayos. Está claro quién ha ganado la batalla de la comunicación.

"Putin es buenísimo matando gente. Ha mandado asesinar a decenas de personas durante su mandato. Pero con Zelenski no puede"

El problema es que todo esto los rusos no lo ven. Putin impide que los periódicos, radios y televisiones rusas vean lo que nosotros sí vemos; ha limitado el acceso a internet, ha echado a los periodistas extranjeros, y el resultado es que la gran mayoría de la población rusa no solo no ve a Zelenski, sino que no sabe lo que está pasando en Ucrania. Así de claro. Todo lo más, los rusos creen que en Ucrania hay "disturbios", enfrentamientos aislados entre las heroicas tropas rusas y unos cuantos "nazis" ucranianos.

Pero, como dijo Abraham Lincoln, es imposible engañar a todo el mundo durante todo el tiempo. Un día u otro lo verán y lo sabrán, porque estamos en el siglo XXI y no en el XX, cuando aún era posible guardar secretos. Putin ha perdido ya la guerra de la comunicación que tanto le ha importado siempre. No podrá volver a salir de Rusia en su vida, mientras que Zelenski, como Jorge VI de Inglaterra, es ahora mismo el héroe absoluto de su país y de miles de millones de personas en todo el mundo.

Ojalá tenga suerte y conserve la vida. No le va a resultar fácil. Pero no es imposible.

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