Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Doña Olivia

Olivia de Havilland.
Olivia de Havilland.
CINEMANIA
Olivia de Havilland.

Tuve el privilegio de entrevistarla en su casa de París, hace ya bastantes años. Era una anciana de pelo blanco que se movía muy poco. La entrevista fue breve. Aguantó con su mejor sonrisa mis impertinencias sobre su relación con Errol Flynn, con la insufrible Vivien Leigh y con la Warner, que la tenía por tonta y que le hizo la vida imposible cuando trató de demostrar que no lo era. 

También respondió elegantes vaguedades a mis preguntas sobre el paso del tiempo. Pero bastaron un profundo suspiro y un breve gesto de la mano para que sus servidores me pusieran en la santa calle cuando se me ocurrió preguntarle por su hermana, Joan Fontaine, hacia la que cultivaba un odio lenta, cuidadosamente macerado en rencor durante décadas.

Se ha muerto Olivia de Havilland a los 104 años, en un mundo que ya no era el suyo. Hace muchísimos años que no lo era. No habrá entendido, si es que llegó a enterarse de que existían, qué eran los efectos especiales por ordenador, el chroma-key o Donald Trump, que viene a ser todo lo mismo. 

Espero que tampoco haya llegado a saber que hoy quitan Lo que el viento se llevó de las plataformas que nos llevan el cine a casa, por… racista. Dicen ahora que era la última leyenda del Hollywood dorado. Bien. Y a ella qué más le daba ya eso. Estaba mucho más allá de los titulares que inventan los periódicos. 

En la novela Yo, Claudio, Antonia, la madre del futuro emperador, le llama una mañana para explicarle tranquilamente que esa tarde se quitará la vida. Le pide que no haga aspavientos ni tragedias: ya no entiende ni quiere participar del mundo que la rodea. Lo hace. Sin duda la gran Olivia de Havilland pensó en ello alguna vez.

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