Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La actuación más sexy de Raphael

Raphael en BSO
Raphael en BSO
Movistar Plus
Raphael en BSO

Hubo un tiempo en el que los ballets en televisión se presentaban como un artista estelar más. Véase el recordado Ballet Zoom, que llegó a tener hasta sintonía identificativa propia. Su importancia era crucial como elemento narrativo en la versión de Valerio Lazarov del mítico y vanguardista programa Señoras y Señores.

Pero, a partir de la década de los noventa, la figura de los bailarines en televisión se transformó en una especie de figuración erótico festiva para dar movilidad al fondo del decorado de los programas espectáculo. En definitiva, sólo se pretendía arropar a los cantantes con cierto bullicio detrás que impulsara el sentimiento de 'noche de fiesta'. Lo de menos era la calidad de la coreografía. Lo relevante era el ruido visual que provocara en el ojo de la audiencia. 

Llenar el escenario por llenar el escenario fue empujando al desinterés por la música en televisión. Porque la música no contaba una historia más allá del playback. No se buscaba fomentar una experiencia sensitiva a través de la mágica combinación de la creatividad y la técnica audiovisual. Incluso los cantantes preferían no cantar en directo, ya que no había ni siquiera margen de tiempo de ensayo. Era salir y hacer, salir y jugársela. Daba igual el resultado. 

Programas como 'BSO' de Emilio Aragón en Movistar Plus han intentado revertir tal circunstancia recuperando el riesgo artístico. Así ha surgido una de las actuaciones más bellas de la última década televisiva. Raphael interpretando Qué sabe nadie en prácticamente un plano fijo que se va adentrando en su rostro. Él, como siempre, mirando a cámara con su ímpetu, mientras al fondo va apareciendo la inesperada expresividad del cuerpo en movimiento que va dibujando la canción a través de una coreografía de Iker Carrera. No es un baile para saciar, es una propuesta escénica para que este Qué sabe nadie sea una vivencia única. Lo consigue.

Esta actuación representa el camino con el que trasciende la música en televisión. Narrar una historia con una dirección artística contundente y que proyecta una premisa sensitiva que convierte el momento en un evento. Aunque Raphael haya cantado tantas veces Qué sabe nadie, jamás antes ha estado la composición de Manuel Alejandro envuelta en un universo tan especial de luz, fuerza y danza que define con magistralidad cada compás del himno sin necesidad de recalcar nada desde la literalidad de la letra. Eso es el baile en su matrimonio con la tele: danza que no relleno, sexy que no chabacano, belleza que no destape básico. 

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