Bla, bla, bla, bla… Greta Thunberg lleva semanas ninguneando los discursos de los jefes de Estado y de Gobierno sobre clima con esas onomatopeyas. Mucho bla, bla, bla y poca acción. Y no le falta razón. Desde la cumbre de París, e incluso antes, hemos leído grandes titulares sobre los compromisos a los que habían llegado los países desarrollados para frenar el cambio climático: cero emisiones a partir de tal año, recorte de energías no renovables a partir de tal fecha, supresión del carbón, del diésel, de bla, bla, bla, bla… Y todo para que cuando llegue un mínimo contratiempo, una subida disparada de la tarifa de la luz, una falta de energía, de combustibles, los países no tengan ningún reparo en saltarse todos esos compromisos y dejar sus promesas en papel mojado. Lo estamos viendo estas semanas: el carbón, el gran enemigo de las emisiones limpias, el que había que desterrar para siempre antes de 2038, ha vuelto a ser una nueva fuente de energía viable para países como Alemania. Se ha vuelto a quemar carbón para generar energía más barata que la que tenemos ahora mismo, disparada e inasumible.
La cumbre de Glasgow ha arrancado y de nuevo hemos vuelto a escuchar grandes discursos llenos de titulares cargados de culpa, pero vacíos de compromisos. Discursos que recuerdan lo que ya sabemos, que no hay planeta B, que estamos en el punto de inflexión, que solo nosotros podremos frenar esto, pero poco más. Y suena tan repetitivo que los escuchas y te cuesta creértelos. Sientes que el compromiso no rebasa el papel sobre el que se ha escrito. Que cuando se bajan de ese atril, todo lo demás cobra más importancia que lo que de verdad importa: cuidar la casa en la que vivimos, nuestro planeta.
El activismo de Greta es efectista muchas veces, no lo niego, pero desde luego que esta vez no le falta razón. Ya no necesitamos más informes, ni más discursos, ni más compromisos. Las consecuencias de esa falta de acción las estamos sufriendo: las catástrofes naturales han aumentado en los últimos años, las olas de calor, las lluvias torrenciales… Y mientras, seguimos viendo cómo los grandes pulmones de la tierra están siendo arrasados sin que nadie lo impida.
Durante la pandemia comprobamos que, sin la acción del hombre, la Tierra es capaz de volver a regenerarse. La laguna de Venecia recuperó la vida y el color sin la llegada de turistas. Las aves y la fauna retomaron sus hábitats sin la presencia del hombre. El equilibrio volvió a establecerse. Es inviable mantenerlo una vez que la pandemia se fue. Es obvio, pero hay formas y vías para encontrar la convivencia justa para mantener este planeta a salvo. Pero para ello se necesita menos bla, bla, bla y mucha más acción. O se hace ahora o será tarde, aunque esto ya suene a viejo.
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