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OPINIÓN

'Golpistas', 'viejas', 'feas' y otra fauna de las redes

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau
DAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se ha despedido hace unos días de Twitter y del millón de seguidores que tenía su cuenta.

Seguirá en Facebook, Instagram y Telegram, pero deja de ser la segunda alcaldesa con la cuenta más nutrida en ese canal. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, con un millón y medio de suscritos, y la exalcaldesa Manuela Carmena, con un millón trescientos mil, son algunos ejemplos del tirón de los políticos en la red.

Antes que Colau, otros muchos lo dejaron. Hace años que se acuñó el término twitter quitters —del inglés quit, dejar— para describir a quienes se cansan de estar en las redes, porque no consiguen los seguidores o la proyección que soñaban, o porque no soportan la presión de la crítica o, en el peor de los casos, de los haters, los odiadores que se parapetan bajo el anonimato de los falsos perfiles.

Colau ha dicho que se va "por la mala praxis de esa aplicación", porque "normaliza, dice, sin que a veces nos demos ni cuenta, la violencia, los insultos y las agresiones verbales machistas, además de crear cuentas ficticias con el único objetivo de hacer daño".

En realidad, todo está inventado. En el correo del lector, siempre se han colado anónimos vejatorios, amenazadores. Entonces el autor se molestaba en hacer un collage con recortes de letras de periódico para que su letra no pudiera ser reconocida. Hoy no hace falta. Otras redes son lugares más amables, pero a cambio estrechan el espacio para la conversación y el debate. Zygmunt Bauman acuñó la expresión 'efecto túnel' para describir la búsqueda de 'me gusta' que refuercen la opinión propia. En una conversación de ascensor, decía, te pueden llevar más la contraria.

El anonimato y las cuentas falsas son un problema. Pero no solo. En ocasiones, el hostigamiento llega con nombres y apellidos. Se señala a periodistas incómodos, al adversario político convertido en enemigo. Al escritor Javier Cercas lo acaban de acusar de 'golpista' en una campaña jaleada por diputados independentistas. "¿Qué hace en TV3 un promotor del levantamiento militar contra Cataluña? Esto no es libertad de expresión, es una televisión pública que da al fascismo una posición de privilegio", publicó en Twitter la parlamentaria de JxCat, Cristina Casol. La acusación de golpismo se basaba en unas declaraciones descontextualizadas, que no se corresponden en absoluto con lo dicho por Cercas.

Hay mucha información valiosa en las redes, pero a veces los tuits son idénticos a los garabatos de las puertas de un urinario público. Una opinión razonada sobre la conveniencia de vacunarse puede desatar una tormenta de descalificaciones: "¿Quién te paga para escribir eso, vieja?". La tecnología más sofisticada se utiliza para pegar garrotazos que nos devuelven a las cavernas. Insultar en la sombra no requiere mostrar inteligencia y preparación. Bastan unos pocos caracteres y probablemente algún complejo sin superar.

Por las redes circulan, pese a todo, muchos más mensajes interesantes que basura. El mal uso no invalida el poder de una poderosa herramienta de comunicación. Los investigadores señalan que un comentario ofensivo dirigido a un político tiene muchas más posibilidades de ser retuiteado. Hacen mucho ruido, pero no son la mayoría. En la campaña que comienza este domingo, seguro que más tuits constructivos, pero será inevitable que se impongan los chirriantes.

Además de ignorarlos, hay maneras muy interesantes de gestionar a los haters. A Irene Vallejo, premio Nacional de Ensayo por el El infinito en un junco, un tuitero intentó denigrarla con un montaje fotográfico malévolo. La escritora respondió por elevación en una columna, Pico de oro, publicada en Heraldo de Aragón. En ella recordaba el caso de la historiadora Mary Beard, que suele sufrir ataques en redes por su aspecto físico. Beard respondió con una conferencia titulada Venga, cállate, querida.

Irene Vallejo concluyó en su columna: "No olvidemos que la palabra es bella, poderosa y erótica. Si nos llaman cotorras, contestemos con pico de oro".

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