Fernando Baeta Subdirector del área editorial de Medios de Henneo
OPINIÓN

Samuel

Un joven se arrodilla ante el altar colocado en la acera donde Samuel recibió la paliza.
Un joven se arrodilla ante el altar colocado en la acera donde Samuel recibió la paliza.
EP
Un joven se arrodilla ante el altar colocado en la acera donde Samuel recibió la paliza.

Sé lo que pasa por tu cabeza cuando una manada de seis o siete salvajes te da hostias por un tubo. Fue en Zaragoza, en una Nochevieja de hace muchos años. Iba por la calle con un grupo de amigos y amigas a la típica fiesta de fin de año cuando una pandilla que andaba por detrás empezó a molestar a una de ellas con un palo. A la tercera o cuarta no me pude contener, me puse flamenco y dije algo así como "deja ya de joder con el palito, ¿no?". Error. Fue todo muy rápido, en un segundo se apagó la luz y pasé de ir a una fiesta a disfrutar con los míos a estar en el suelo recibiendo una lluvia de leches y patadas que me pareció interminable. Tuve suerte porque no me pasó nada importante. Ni siquiera intervino la Policía y aunque mi cara parecía un cromo y mi espalda una estera, a las pocas horas lo único que seguía por los suelos era mi dignidad.

"En menos que canta un gallo [Samuel] pasó de estar disfrutando de la noche a fundirse en negro"

Samuel no tuvo tanta suerte y lo mataron a golpes. Tenía 24 años, una edad a la que nadie debería morir bajo ninguna circunstancia. A la hora de escribir esto ignoro si realmente fue por un malentendido con un móvil, por su orientación sexual o por la suma de lo uno y lo otro. Y me da igual porque yo me quedo con que lo mataron, punto; con que ya no está, con que en un clic pasó de estar hablando con una buena amiga a estar muerto; con que en menos que canta un gallo pasó de estar disfrutando de la noche a fundirse en negro. Y no hay nada –ni la homofobia ni el malentendido– que supere esto porque además de arrebatarle la vida que ya había vivido se llevaron por delante toda la que aún le quedaba por vivir.

Y aunque creo firmemente que la homofobia es una lacra y como tal hay que combatirla hasta erradicarla por completo, me inclino por hacer caso al padre de Samuel y quitar las banderas, los políticos y los símbolos de este crimen de odio, de odio, sí, independientemente de que haya sido por su orientación sexual o por un móvil.

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